Familiares de 27.000 hombres, mujeres y niños croato-musulmanes desaparecidos buscan a sus seres queridos en tumbas colectivas para darles una sepultura digna y enfrentar una nueva vida en paz.
Armin Fahrija, de 26 años, siguió el rastro de su padre entre las colinas nevadas donde se escondían francotiradores serbios y a través de las casas destruídas de Hadzici, su viejo pueblo.
Había esperado que la primavera le permitiera develar el misterio de la desaparición de su padre en los primeros días de la guerra en Bosnia-Herzegovina, hace casi cuatro años.
Comenzó a buscar entre los restos de unos pocos cadáveres alrededor de vías férreas. Pero sólo encontró más preguntas en las tumbas cubiertas a las apuradas. No halló a su padre, un cerrajero de 49 años que despidió a su familia y se quedó en el lugar para proteger su casa.
Las calaveras descubiertas, con los cráneos perforados a balazos, no pertenecían a sus parientes. Señaló los zapatos negros junto a otra pila de huesos. "No son los de mi padre", dijo.
"Vinimos aquí a encontrarlo, pero es difícil después de tantos años. Quizás alguien recuerde estos zapatos", agregó, antes de marcharse a otros lugares a proseguir la búsqueda con un viejo vecino suyo, Nermin Hasanovic.
Diez lugares donde posiblemente se encuentren tumbas colectivas fueron marcadas en el pueblo de Hadzici por la policía de la federación croato-musulmana que ahora patrullan el territorio controlado hasta hace poco por los serbios.
Las excavaciones comenzaron esta semana. Este es el primer paso para encontrar los cadáveres de 108 personas desaparecidas después de que los serbios en Bosnia sitiaron el pueblo en mayo de 1992 y comenzaran a matar a balazos a aquellos que trataban de huir.
Los serbios mantuvieron el control del poblado hasta que pasó a manos del gobierno de Bosnia y sus aliados croatas, al cumplirse los términos del acuerdo de paz firmado en Dayton el año pasado.
Estos 108 desaparecidos son apenas un puñado de los más de 27.000 hombres, mujeres y niños reclamados por el gobierno de Bosnia.
Armin y otros investigan arduamente en busca de respuestas al misterio de la desaparición de sus familiares. Algunos pueden recapitular la historia cuando se enteran del intento de escape de sus padres, o alguien les narra el momento de la dolorsa separación entre un hijo que se marchaba y su madre.
"Lo más importante es conocer el destino de mi padre, saber si está vivo o muerto para que mi madre no espere más su regreso. Lo menos importante es encontrar a su asesino, porque esto fue una guerra y eso es imposible. Sólo pretendemos enterrarlo como corresponde", dijo Armin.
Se estima que una docena de cuerpos descansan en los cinco lugares que visitaron los oficiales de la policía de la federación y sus supervisores internacionales.
El Tribunal Internacional para Criminales de Guerra en la antigua Yugoslavia, dependiente de la Organización de Naciones Unidas, recibió información sobre todas las tumbas colectivas conocidas, pero sólo investiga las que contienen cinco o más cuerpos.
Las que contienen menos son abiertas por investigadores de la federación con los familiares.
"Vienen y escriben dónde estaban estas personas, sus aspectos, su ropa. Siempre suponemos que encontraremos cadáveres aquí y que la lluvia ya comenzó a abrir las tumbas. Pero, ¿quién sabe realmente quiénes son los enterrados?", dijo el policía Edin Sinanovic, en su oficina en Hadzici.
Afuera de allí, hombres y niños que regresaron a este pueblo fantasma rodean los pequeños pozos donde los rumores, las evidencias de segunda mano y huesos perdidos son las únicas señales de los muertos.
"Aquí está enterrado Mehmed Covic", dijo Saban Sehobic mientras señalaba un montón de ramas que cubrían una profunda abertura en la tierra. El hijo del desaparecido, Amir Covic, de 16 años, está junto al lugar.
Caminó hacia un edificio cercano, tocó lo que parecía ser una mancha de sangre en la pared y describió todo lo que le sucedió a Covic. La historia se basa en pedazos de información que armó como un rompecabezas.
Mehmed Covic y un pequeño grupo de ancianos que querían escapar del pueblo corrían a través de las calles y se escudaban contra las paredes con sus rifles de caza en la mano. Esperaban que nadie los encontrara.
"Creían que era algo seguro, pero los serbios los abatieron. Aquí no hubo prisioneros porque todos los que quedaron fueron asesinados", dijo Sehobic.
Amir Covic se balanceaba silenciosamente sobre sus talones, con los ojos fijos en la tumba. Los demás señalaban la chaqueta negra que salía a la superficie y le decían que, seguramente, era la de su padre.
"No lo sé. Para saberlo, tendríamos que desenterrar los huesos. Sólo así estaré seguro", dijo Covic, encogiéndose de hombros. (FIN/IPS/tra-en/kar/rj/mj/ip/96)