Hace 20 años, los argentinos cayeron en una trampa mortal. El país era un caos de violencia, degradación política y anomia económica y los militares, con su disciplina y asepsia, se presentaron como una alternativa que pondría orden y equilibrio.
Pero quienes creyeron en esa alternativa se equivocaron. El verdadero infierno comenzó ese 24 de marzo y duró siete años, hasta la restauración de la democracia.
Dos décadas después de aquel descenso a los infiernos, la mayoría de los que recibieron con alivio el alzamiento de las Fuerzas Armadas se avergüenzan de su actitud y, con madurez, aceptan haber aprendido la lección.
Casi nadie cree que pueda producirse un nuevo golpe militar ni tampoco lo quiere, aún cuando los políticos de la democracia están acumulando una deuda ante los votantes y conforman el sector más desprestigiado de la sociedad, según las encuestas.
El estudio realizado por la empresa Graciela Romer señala que más de 80 por ciento de los argentinos descreen de los políticos, pero más de 90 por ciento rechazan la posibilidad del retorno de los militares al poder.
"No creo que haya otro golpe en Argentina. Los poderosos que antes encargaban el trabajo sucio a los militares hoy se lo encargan a los políticos, que en vez de matar hacen morir, y eso parece que no es delito", ironiza José Martínez, aludiendo a la crisis económica y su secuela social.
José tiene 44 años y fue militante de la agrupación guerrillera Montoneros, que actuó en los años 70 bajo el liderazgo de Mario Firmenich.
La sociedad que hoy denuncia la incapacidad de los políticos tampoco reivindica a un hombre como Firmenich. El ex guerrillero, condenado a prisión y luego indultado, decidió esta semana emigrar a Noruega, cansado de las manifestaciones de rechazo de una sociedad que lo acusa de violento o de traidor.
El costo del régimen militar fueron 30.000 desaparecidos, una hipoteca que sigue pesando en las espaldas de los argentinos. De ese total estimado por los organismos de derechos humanos, 46 por ciento fueron secuestrados el mismo año del golpe.
Los familiares de los desaparecidos, muchos ya ancianos, siguen buscando una respuesta. La revelación de que varios fueron a dar al fondo del Atlántico profndizó la herida y reavivó el dolor.
Sin embargo, la agrupación de Madres y la de Abuelas de Plaza de Mayo, los Familiares de Desaparecidos y Detenidos Políticos y la nueva organización Hijos, obtuvieron una compensación: con su coraje ante el régimen y su coherencia para no olvidar, abrieron los ojos a los argentinos.
"Yo tenía 10 años cuando ocurrió el último golpe. Recuerdo que mi madre sintió un gran alivio. Parecía que al fin terminaba el caos. Pero cuando vimos pasar los tanques sentí que ella se quebró", recuerda para IPS Marta Vilaseca, una profesora de historia de 30 años.
"Mi madre me dijo entonces algo que en ese momento no entendí pero que fue revelador: 'Ojalá el remedio no sea peor que la enfermedad'. Comprendí que quizás el asunto de los militares era mas grave de lo que suponía", dijo Marta.
Efectivamente, era mas grave. La caza de brujas apuntó a quienes querían una revolución social y también a adolescentes con ideales, a obreros y sindicalistas que pedían aumento de salario, a periodistas, psicólogos, sociólogos, economistas, ancianos, mujeres embarazadas, monjas y curas.
El horror que transitaba en silencio y en secreto duró hasta la guerra de Malvinas, en 1982. Ahí comenzó la cuenta regresiva de los militares. Pero con un nuevo precio: casi 700 jóvenes muertos en la lucha contra Gran Bretaña por aquel archipiélago del Atlántico sur.
"En 1983 hubo una explosión. Por fin se terminó la pesadilla y podíamos hablar con libertad. Pero yo tuve la peor crisis de mi vida. No sabía quien era, en que país vivía. Creía que un pequeño grupo había sido secuestrado por su actividad política pero eran miles. El remedio fue infinitamente peor que la enfermedad", recuerda Marta.
Los métodos empleados por los militares argentinos tienen escasos precedentes en la historia universal. Las fuerzas de seguridad irrumpían de noche en las casas y después de destrozar muebles y objetos y repartir golpes, decidían a quienes se llevaban y qué cosas robaban.
Para José, el horror empezó más temprano, a principios de los 70. Los choques entre la izquierda armada y una alianza de derecha formada por policías, militares y sectores del sindicalismo, eran moneda corriente antes del golpe, durante el gobierno de Isabel Perón (1974-76).
"Las bombas en casas particulares y los cuerpos acribillados a balazos a la vista de todos eran un tema de todos los días", recuerda José, que ahora descree de la política. "Yo no cambié sustancialmente mis valores, lo que me obliga a explicar cada tanto que no soy un idiota".
Aquel 24 de marzo, al conocer la noticia del golpe, José salió a la calle seguro de que no habría resistencia. "La ciudad era un desierto. Solo se oía alguna sirena policial. Volví a casa y esa noche no dormí. Tenía 23 años. Varias veces me levanté para besar a mis tres hijos que dormían ignorándolo todo. Sentía una enorme tristeza".
El terror impuesto a la generación que fue víctima de la brutal represión y a sus hijos dejó una huella definitiva entre los mas jóvenes. Hoy, la revolución socialista no es un ideal entre los que tienen 20, que parecen preocupados por construír su futuro personal más que en forjar el de todos.
"Recuerdo con orgullo ese tiempo de una generación que luchaba por una revolución. Eramos solidarios, teníamos ilusiones. Estábamos empecinados en construír una sociedad mejor", cuenta José. (sigue)