(Artes y Espectáculos) CINE-GRAN BRETAÑA: "Ricardo III", fallida sátira al fascismo

Pobre Shakespeare… Para seducir a los cinéfilos, el director Richard Loncraine y el actor Ian McKellen decidieron disfrazar a Ricardo III con un uniforme nazi. El cambio de escenografía le hizo un flaco favor a la obra.

En su versión cinematográfica del drama de William Shakespeare "Ricardo III", Gran Bretaña vive el auge del jazz y los villanos conducen tanques de guerra, fuman cigarrillos y visten con un montón de cuero negro.

Para colmo, McKellen y Loncraine figuran como guionistas y, en los títulos, la película aparece como "basada en" la obra del genial dramaturgo inglés.

McKellen, un célebre actor de teatro, representa con solvencia a Ricardo III, como un circunspecto villano de voz dulce tentado por el poder del mal. Pero toda la mezcla de símbolos que se cierne a su alrededor tiene como resultado una confusión en la que se debaten sin ton ni son la nobleza medieval y el fascismo.

Quizás el más absurdo síntoma de este caos aflora cuando McKellen, próximo a morir asesinado, gruñe la más famosa línea del drama shakespereano. "¡Un caballo, un caballo! ¡Mi reino por un caballo!"… Pero, en realidad, está a bordo de un jeep, rodeado de resplandecientes metralletas.

El problema al que se enfrentaron los guionistas es cómo actualizar a Shakespeare para que los modernos cinéfilos hagan cola en la boletería, un obstáculo que el inglés Kenneth Branagh sorteó con éxito.

Branagh, considerado por muchos sucesor del cineasta estadounidense Orson Welles, introdujo en películas como "Enrique V" y "Mucho ruido y pocas nueces" un subtexto que aludía a los conflictos sexuales y raciales modernos.

Su reciente versión de "Otelo", en la que Laurence Fishburne encarna a un moro orgulloso de su negritud, si se lo compara con el celebrado y caucásico Laurence Olivier con la cara pintada. Además, la exhibición del filme coincidió con el juicio por asesinato contra otro amante negro y celoso, O.J. Simpson.

Pero "Ricardo III", que extrae la mayor parte de su fuerza, de la pura monstruosidad de los asesinatos del protagonista en su camino al trono inglés, se desordena cada vez más a medida que pone un pie en el mundo actual.

Sin embargo, el personaje del traicionero Buckingham, encarnado por Jim Broadbent, está a la altura del desafío y aparece como un reflejo de Joseph Goebbels que se conforma con ascender junto a su jefe.

Pero, al parecer, otros personajes fueron introducidos en la máquina del tiempo sólo para provocar una conmoción emocional en el espectador. Ana, interpretada por Kirstin Scott-Thomas, se inyecta heroína en las piernas. Lord Rivers, en la piel de Robert Downey Jr., goza cuando las prostitutas lo atan.

El significado de todo esto, al margen de la crítica a la monarquía en general, queda poco claro.

Más preocupante es el extraño mensaje político de la película. ¿Acaso Loncraine y McKellen tratan de sugerir, simplemente, que el fascismo es malo y que todos los villanos de la historia pueden ser considerados fascistas?

Después de todo, los estrafalarios complots de Ricardo, como el asesinato de su hermano Clarence (Nigel Hawthorne) o el encarcelamiento de los herederos del trono en la Torre de Londres, tienen la obtención de la corona como única motivación.

El drama de Shakespeare reproduce un combate de reyes contra reyes que difícilmente tenga parangón para el ascenso de Adolf Hitler o Benito Mussolini. A las masas sólo se las ve brevemente, mientras cantan alabanzas a Ricardo cuando iza una bandera similar a la nazi, con un cerdo en lugar de esvástica.

Muchas de características del fascismo (como la apelación a cabezas de turco, la purga en masa de moderados y sus vínculos con conservadores y capitalistas) no se encuentran en un solo fotograma del filme.

Un espectador desinformado podría suponer que los fascistas eran apenas personas que mataban reyes y se vestían mal.

McKellen, quien tuvo éxito en varios papeles shakespereanos antes de esta película, quizás quiso emular a Orson Welles, que realizó una versión de "Macbeth" vestido de fascista en la década del 30.

Pero, en esos tiempos, Hitler, Mussolini y Francisco Franco estaban conquistando gobiernos y países. El mensaje del "Macbeth" de Welles (el asesinato como camino para obtener poder sólo conduce a más asesinatos y a la decadencia) tenía especial significado en el clima de la época.

Sin embargo, "Ricardo II" tiene la virtud de lograr una óptica distinta de Gran Bretaña, a la que pinta como fascista, con lujuriosas fiestas con música de jazz para la élite y una horrible Torre de Londres. (FIN/IPS/tra-en/fah/hvdb/mj/cr/96)

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