Hospitales de Venezuela comenzaron a cavar pozos para dotarse de agua, mientras los cuatro millones de caraqueños quedaron sometidos a un racionamiento que los dejará sin el líquido al menos un día por semana.
La sequía en el norte de Venezuela y la saturación de los ductos que traen agua desde las llanuras centrales obligó el racionamiento y la inversión de 2,6 millones de dólares para cavar pozos en 13 hospitales y una cárcel de Caracas.
La empresa estatal del agua potable en la ciudad, Hidrocapital, estudia la posibilidad de bombardear nubes si la lluvia no llega al final de la temporada seca, en junio, informó su presidente, José de Viana.
Para los caraqueños, el racionamiento es una calamidad que se suma a la carestía -73 por ciento de inflación anual-, malos servicios públicos, incluídos hospitales donde médicos protestan porque faltan inyectadoras y algodón, y una violencia criminal que deja más de 20 muertos cada fin de semana.
"Caracas sin agua" es el título de uno de los reportajes que el premio Nobel colombiano Gabriel García Márquez escribió cuando trabajó como periodista en Venezuela en 1958, compilados en el libro "Cuando era feliz e indocumentado".
Desde entonces, cuando Caracas pasó del millón de habitantes, la búsqueda del agua ha llevado a embalses cada vez más distantes, con tuberías más largas y que exigen mayor mantenimiento, y a un costo mayor.
En Venezuela hay una inversión de cifras entre asentamientos humanos y agua. Entre 80 y 85 por ciento de la población vive donde puede conseguirse de cinco a 10 por ciento del agua dulce.
El país es surcado por centenares de ríos con caudales permanentes, pero la mayoría corre hacia el Orinoco, al sur, alejándose de las ciudades que crecieron en la zona norte-costera. Un 86 por ciento de la población es urbana en Venezuela.
Para abastecer de agua a Caracas, ubicada entre 900 y 1.000 metros sobre el nivel del mar, hacia el año 2010 habría que invertir unos 3.000 millones de dólares anuales, según estudios presentados al Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
El área metropolitana tiene cinco millones de personas sitiadas por la sed y la ciudad creció con centenares de hectáreas cubiertas de viviendas precarias, casi siempre en las faldas de colinas que dificultan el acceso del agua.
Los caraqueños abren sus grifos para consumir 18.000 litros de agua por segundo, pero los embalses que abastecen la ciudad, a través de un sistema de tuberías que acusa numerosas fallas, sólo pueden suministrar 17.000.
Las manifestaciones de barriadas populares en demanda de agua menudearon entre 1991 y 1993, acompañando un período de agitación política y militar, y todavía la falta de agua preocupa a los organismos de seguridad del Estado.
Cuando rechazó advertencias de gremios de empresarios y de la jerarquía católica sobre el peligro de una explosión social, el ministro del Interior, Ramón Escovar, advirtió esta semana que la falta de agua persiste como causa del descontento popular.
El BID y otros organismos internacionales de crédito han aceptado prestar entre 300 y 400 millones de dólares para modernizar instalaciones de agua en Caracas, pero las erogaciones se resienten del marco de políticas económicas.
Los organismos multilaterales aguardan por un entendimiento entre el gobierno del presidente Rafael Caldera y el Fondo Monetario Internacional, antes de desembolsar hasta 2.000 millones de dólares en distintos programas de desarrollo.
El BID ha reclamado, además, que las distintas alcaldías que gobiernan el área metropolitana constituyan una sola unidad responsable de hacer cumplir las tarifas, que deberían ser acordes con los nuevos costos de traer agua a Caracas.
La ciudad, en vez de los 17.000 litros por segundo, podrá recibir en los próximos dos meses entre 12.000 y 13.000 litros, lo que dejará sin agua diariamente a uno de cada cuatro habitantes de la capital venezolana.
Por ello, junto con el racionamiento se decidió la perforación de 13 pozos directamente bajo el suelo de los hospitales.
En el caso de la cárcel se optó por buscar el agua en un parque vecino.
No era para menos: se trata del Retén de Catia, espantosa prisión ante cuyas puertas el Papa Juan Pablo II pidió "un trato acorde con la dignidad humana para los detenidos" el 9 de febrero y de la cual se fugaron 40 presos el martes, usando una zanja construída para drenar aguas negras. (FIN/IPS/hm/ag/en-pr/96)