La diseminación de la encefalopatía espongiforme bovina (BSE) o "enfermedad de la vaca loca" pudo haberse originado por el creciente uso de hormonas artificiales con el fin de incrementar la producción de carne y leche.
Esta posibilidad fue revelada en Estados Unidos en 1993 por Michael Hansen, investigador del Instituto de Políticas de Consumo, en su testimonio ante un comité asesor de medicina veterinaria.
El ganado tratado con hormonas de crecimiento requieren una alimentación más densa y con mayor energía, suministrada habitualmente en forma de carne y huesos de otros animales.
Este hecho provoca la muerte repentina de vacas aparentemente sanas lo cual, según los investigadores, se vincula con el BSE, dijo Hanson.
Los mamíferos contraen BSE al comer carne infectada, lo que aumenta la posibilidad de que el agente de la enfermedad se ubique en animales que se dan como alimento del ganado tratado con hormonas de crecimiento bovinas (BGH) o somatotropina, proteínas producidas por el organismo vacuno en forma natural.
Las BGH recombinadas (RBGH) son hormonas sintéticas producidas a través de ingeniería genética, desarrolladas desde hace un decenio por compañías farmacéuticas y químicas como Monsanto, Upjohn, Eli Lilley y American Cyanamid.
Esta sustancia es inyectada cada 14 días a vacas lecheras durante 200 de los 335 días del ciclo de lactancia, lo que provoca un gran aumento de la producción de leche.
El uso de la RBGH fue aprobado por la Administración de Alimentos y Fármacos de Estados Unidos (FDA) en noviembre de 1993, pero está prohibido en muchos países europeos, Australia y Nueva Zelanda.
Existe cada vez más evidencia de que esta sustancia puede afectar la salud de bovinos y seres humanos, pero la intensa presión de las compañías que la producen aseguraron su empleo en Estados Unidos y Gran Bretaña.
Actualmente, se la está promocionando en muchos países en desarrollo como solución para la escasez de alimentos.
Las vacas bajo tratamiento con RBGH son mantenidas en un ciclo perpetuo de gestación y lactancia que desgasta rápidamente sus organismos y reduce su expectativa de vida de entre 20 y 25 años a cinco o menos.
El ganado está produciendo leche en exceso en la actualidad. En 1930, cada vaca producía un promedio de cinco kilogramos diarios, cifra que subió a 18 kilogramos en 1988 y, actualmente, mediante el uso de RBGH, a 22 kilogramos diarios.
Las vacas inyectadas con la hormona sintética reciben una dieta altamente concentrada porque se ven impedidas de consumir y digerir suficiente alimento normal para soportar el alto nivel de producción.
Además, son más vulnerables a las enfermedades porque sus organismos están sobreexigidos. Por esa causa, reciben grandes dosis de antibióticos.
La tensión a las que se las somete reduce su fertilidad, su expectativa de vida y la cantidad de partos. Los residuos de las enfermedades y de las drogas inyectadas a las vacas pasan a la leche.
A los científicos británicos Eric Millstone y Eric Bruner, contratados por Monsanto para estudiar los efectos de la RBGH, se les impidió difundir los datos obtenidos sobre inflamación de glándulas mamarias en vacas tratadas con la hormona sintética.
"Es muy curioso que Monsanto objete un análisis relativamente inofensivo que demuestra algunos pequeños efectos negativos. Si procuraron suprimir esos datos, como hicieron durante los últimos tres años, ¿habrá otras cuestiones que aún no conozcamos?", se preguntó Bruner.
Se teme que los residuos de hormonas y antibióticos en la leche y la carne afecten la salud humana, especialmente la de los niños. Un gran porcentaje de la carne empleada en hamburguesas procede de vacas lecheras "agotadas".
La pubertad precoz es atribuida por algunos científicos al uso de hormonas en vacas. Las niñas que menstrúan antes de los 12 años de edad sufren mayor riesgo de contraer cáncer de mama más tarde.
El incremento del uso de antibióticos en animales también es causa de preocupación debido a la creciente resistencia de las bacterias a los tratamientos médicos.
El tratamiento con RBGH produce en las vacas un aumento en la secreción de un factor de crecimiento similar a la insulina conocido como IGF-1, cuya estructura molecular es idéntica en humanos y bovinos, lo que incrementa la posibilidad de transmisión por medio del consumo de carne y leche.
En los seres humanos, el IGF-1 es vinculado a la acromegalia, una enfermedad que ocasiona el crecimiento anormal de manos, pies, nariz y mentón, así como tumor y cáncer de colon y mama.
Según Samuel Epstein, profesor de medicina ambiental y ocupacional de la Universidad de Illinois en Chicago, "el IGF-1 es un factor de crecimiento que aumenta la malignidad, progresividad e invasividad" de las células mamarias.
Los defensores de la RBGH sostienen que el aumento en la producción de leche incrementará la cantidad de alimentos disponibles para acabar con el hambre en el mundo. Sin embargo, existen alternativas más baratas y seguras en fuentes naturales de alimentos.
Se estima que una extensión de tierra cultivada con vegetales puede alimentar 20 veces más gente que la misma superficie dispuesta para la producción de comida animal.
Pero los métodos que se usen para aumentar los beneficios del negocio podrían ser desastrosos a largo plazo. El fiasco del BSE tal vez sea apenas el primero de una larga serie. (FIN/IPS/tra- en/jmp/rj/mj/en dv he/96)