El carnaval es en Brasil una fiesta popular cada vez más masiva en el noreste, mientras se convirtió en espectáculo comercial en Río de Janeiro y otras ciudades del centrosur del país.
El "gallo de la madrugada", incluido en el libro Guiness de los récord como el mayor festejo carnavalero del mundo, reunió a más de um millón de personas el sábado en las calles de Recife, una de las capitales de los estados del noreste.
Durante seis horas, a partir de las 10 de la mañana, 17 "tríos eléctricos", camiones convertidos en verdaderas bombas musicales de ritmo contagiante, arrastraron por las calles a casi toda la población de la ciudad y alrededores, a la que se sumaron miles de turistas atraídos por el fervor popular.
En Salvador, capital del estado de Bahía, son los grupos de raíces africanas los que dominan las calles y reúnen a multitudes de personas en una fiesta de más de una semana de duración.
Mientras, en las últimas décadas el "carnaval de la calle" perdió fuerza en Río de Janeiro, precisamente la ciudad que hizo del carnaval una fiesta popular y un símbolo de Brasil desde fines del siglo pasado, se lamentan los nostálgicos.
El auge de los años 30 y 40 es atribuido por los expertos a las "marchas" y sambas, canciones típicas del carnaval carioca (de Río), con sus sátiras, bromas y la exaltación de símbolos y personajes típicos de Brasil y de carácter popular, como la mulata.
La decadencia de la participación popular, a partir de los años 60, coincide con el ascenso de las escuelas de samba y sus desfiles cada día más sofisticados, señala el priodista especializado Jonas Vieira.
El predominio del "samba de escuela" -en detrimento de las expresiones callejeras- la televisión y la proliferación de automóviles "determinaron el fin del carnaval como manifestación de masas" en Río, concluyó.
Para el antropólogo Roberto da Matta, que escribió varios libros sobre el carnaval, la existencia de un lugar fijo (el "sambódromo") para la exhibición de las escuelas de samba fue determinante para que la fiesta popular se convirtiera en espectáculo comercial y dejara de ser callejera.
Hay una "nítida división entre actores y espectadores" en el desfile, explicó el antropólogo.
Esa diferenciación no se da en el noreste, donde todas las personas son actores y público a la vez, bailando o "jugando".
Los desfiles de escuela de samba tienden a ser un "show a lo Broadway", con su creciente lujo de colores, brillo y efectos especiales que la televisión y cintas de video comercializan en todo el mundo para centenares de millones de personas, añadió de Matta.
El negocio representa mil millones de dólares, calculó el diario local O Globo sumando las más de 100.000 entradas vendidas, derechos de imagen televisiva, gastos de producción de las escuelas de samba, servicios en el "sambódromo" e ingresos generados por el alquiler de las 20.000 habitaciones de hotel de la ciudad.
Es verdad también que se trata de un espectáculo singular, en el que participan 70.000 bailarines, ritmistas y otros extras que se exhiben a unos 120.000 espectadores durante las dos noches de desfiles.
Unas 18 escuelas de samba, con sus 4.000 integrantes en promedio, disputan un torneo alentadas por sus hinchas. Para ganarlo deben cumplir rígidas reglas y obtener las mejores notas otorgadas por un jurado que evalúa diez rubros, como el "samba- enredo" (la canción-tema), percusión, alegorías y armonía.
La lógica del espectáculo invade también la avenida donde se realiza el desfile.
El derecho a desfilar con una "fantasía" (un disfraz personal) se vende a decenas o centenares de dólares a turistas que quieran mostrarse como "sambistas" por una hora.
Así, el carnaval de Río, cuyos protagonistas provenían casi enteramente de los barrios más pobres de la ciudad y su periferia, presenta una creciente participación de extranjeros y como "destaques" a actores de telenovelas y modelos esculturales casi desnudas, comercialmente más atractivos.
En cambio, en Salvador, grupos "africanos" como Olodum e Hijos de Gandhi, que incorporan también influencias caribeñas, convocan multitudes en los bailes callejeros.
En Olinda, otra ciudad del noreste, vecina a Recife, los campesinos mantienen vivas sus danzas tradicionales de "maracatú", creadas en el siglo pasado, de raíces africanas e indígenas.
Este lunes unos 10.000 miembros de grupos de "maracatú" arrastraron más de 100.000 personas por las calles de la ciudad. (FIN/IPS/mo/dg/cr-pr/96)