En una granja familiar inserta entre las colinas de Masopane, a 40 kilómetros de Pretoria, Sophie Mabhena, de 35 años, sueña a lo grande con sus cultivos de maíz genéticamente modificado.
Activistas que lograron suspender la introducción de una berenjena genéticamente modificada en India temen que sus esfuerzos sean en vano, porque el mismo alimento transgénico se va a liberar en la vecina Bangladesh.