RÍO DE JANEIRO – La proliferación de estafas que ocurren a través de los medios digitales de comunicación están construyendo una sociedad de la desconfianza en Brasil y probablemente en muchos otros países de amplia digitalización.
Muchos portadores de teléfonos móviles reciben casi diariamente llamadas por voz y mensajes escritos de fuentes desconocidas, para telemercadeo o, en muchos casos, el robo financiero por medio de ardides, como la captura de datos bancarios y contraseñas.
Es un problema que afecta a todos, ya que Brasil tiene 264 millones de esos teléfonos, más conocidos como celulares, en uso por una población de 212 millones de habitantes, según la Agencia Nacional de Telecomunicaciones, el órgano regulador oficial.
A Lia Mendes, viuda de 71 años, le retiraron ilegalmente en marzo 4900 reales (870 dólares) de su cuenta en la Caja Económica Federal, un banco estatal, y no ha logrado recuperarlos hasta ahora.
Al parecer, alguien invadió su cuenta bancaria tras piratear su celular, ya que la estafa coincidió con un momento en que su teléfono quedó inactivo, sin pantalla ni cualquier función por cerca de dos horas. Cuando volvió a operar, ella no pudo acceder a la cuenta por la aplicación que le permitía hacer todas las operaciones bancarias.
Tuvo que ir al banco para acceder a su cuenta y conocer que alguien había retirado más que los 4400 reales (781 dólares) que tenía allí, por medio de dos giros por el Pix, la aplicación creada por el Banco Central brasileño para transferencias instantáneas, a cualquier hora del día o de la noche, de una cuenta bancaria a otra.
“Además del golpe financiero, la víctima sufre sus efectos en su vida cotidiana: la vergüenza por dejarse engañar; la pérdida de confianza en sí misma, en los otros, las instituciones y el gobierno que deberían protegerla; y el endeudamiento que exige la ayuda de otros y debilita la convivencia familiar”: Viviane Fernandes.
Le habían robado también los 500 reales (89 dólares) que la Caja Económica le permite mantener como saldo deudor, una especie de préstamo automático para emergencias de algunos días, gravado con altos intereses.
“Me quedé sin dinero y endeudada. Me enfermé y ahora tengo que tomar medicamentos para la hipertensión que nunca necesité antes”, se quejó Mendes a IPS por teléfono desde Manaus, la capital del norteño estado del Amazonas donde vive.
Parte del dinero robado provenía de un préstamo “consignado”, que los jubilados obtienen a bajos intereses y cuyo pago se descuenta en cuotas mensuales de la jubilación. Ella lo había recibido en la víspera y todo apunta a que el estafador tenía esa información.
Sin el dinero, no pudo pagar las últimas cuotas mensuales de la compra del automóvil adaptado para discapacitados que necesita su hija, que tuvo sus miembros inferiores afectados por un accidente.
La denuncia a la policía y al servicio de protección al consumidor no solucionaron su caso. Tiene que recurrir a la justicia y para eso busca un abogado. El banco prometió investigar el fraude y devolverle el dinero en 10 días, pero dos meses después aún no lo ha hecho.

Cantidad epidémica
Ese es uno de los 15,5 millones de “golpes financieros” que los brasileños sufrieron en los 12 últimos meses, según estiman la Confederación Nacional de los Dirigentes de Tiendas Comerciales (CNDL, en portugués) y del Servicio de Protección al Crédito (SPC).
Esa cifra resulta de una encuesta hecha por internet en que 41 % de los entrevistados dijeron haber sido víctimas de fraude o intento de fraude en las instituciones financieras.
El pago adelantado por un producto o servicio no provistos, engaños por falsos avisos de amigos en las redes sociales, tarjetas de crédito clonadas e invasión de las cuentas bancarias son las estafas más frecuentes.
De los que negociaron con los bancos, las administradoras de tarjetas de crédito y las empresas involucradas, solo 61 % recuperó el dinero sustraido, 21 % parcialmente. De los entrevistados, 64 % solo comparten datos personales que son indispensables y 53 % sospechan de llamadas o mensajes de desconocidos.
Como todos tienen familiares y amigos que sufrieron golpes y muchos fueron las propias víctimas, el escarmiento es general. Brasil desarrolló una amplia digitalización bancaria hace más de tres décadas, proceso que se intensificó con la universalización del teléfono móvil dicho inteligente.
El Pix, lanzado por el Banco Central en 2020, se convirtió en el sistema de pagos más usado en Brasil al superar tarjetas, giros bancarios y cheques sumados. En 2024 alcanzó 63 800 millones de operaciones, 52 % más que en el año anterior, según la Federación Brasileña de Bancos.
Digitalización de la sociedad y del crimen
En ese mar de celulares, medios de pagos y plataformas y aplicaciones digitales, los fraudes y estelionatos se volvieron una epidemia. El Foro Brasileño de Seguridad Pública destaca en sus últimos informes anuales la migración de delitos como el robo hacia el ecosistema virtual.
Es un proceso mundial que castiga doblemente las víctimas, al atribuirles la culpa por hacerse “desatentas, descuidadas y vulnerables”, señaló Viviane Fernandes, consultora del programa de telecomunicaciones y derechos digitales del no gubernamental Instituto Brasileño de Defensa de los Consumidores (Idec).
“Además del golpe financiero, la víctima sufre sus efectos en su vida cotidiana: la vergüenza por dejarse engañar; la pérdida de confianza en si misma, en los otros, las instituciones y el gobierno que deberían protegerla; y el endeudamiento que exige la ayuda de otros y debilita la convivencia familiar”, resumió a IPS desde São Paulo, por teléfono.
El envejecimiento de la población aumenta la vulnerabilidad a las trampas digitales y muchos se ven privados del ahorro de toda la vida, acotó.
Por eso es importante defender el derecho a la reparación de las víctimas, especialmente por parte de las instituciones financieras en cuyo sistema circula el dinero entre víctimas y estafadores, sostuvo.
El Idec, una referencia para los consumidores, actúa en dos frentes, una de prevención basada en la divulgación de las variadas estafas y orientaciones para lidiar con la tecnología y cuidar los datos, y otra para impeler el gobierno y los órganos de defensa del consumidor a “crear redes de cooperación e información para combatir los fraudes”.

Resistencia
Una campaña de información del Idec, con el título de “La era de los golpes”, explica las ocho artimañas más comunes, entre las cuales el uso del wasap y el teléfono para pedir dinero para supuestos familiares en dificultades, tarjetas viciadas y falsos entregadores de regalos o funcionarios del banco para obtener dinero o contraseñas.
Destaca también el robo de celulares, cada día más usados para operaciones financieras, para piratear las cuentas de sus dueños.
Para enfrentar la epidemia, Fernandes, una antropóloga que investiga endeudamiento popular, derechos digitales y el Pix, cree necesaria una mayor colaboración de todos los agentes públicos y la sociedad civil para desbaratar el crimen especializado y prevenir los fraudes digitales.
Además es necesario un tratamiento colectivo para las victimas, con orientación y reparación por instancias que ellas puedan recurrir con seguridad y confianza.
Los casos demasiado numerosos comprueban que la actual estructura de prevención no es eficaz y tampoco la justicia puede atender la demanda, reconoció Fernandes.
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En Brasil hay un sistema compuesto de los programas de protección y defensa de los consumidores (Procon) que atiende las víctimas en los 5570 municipios brasileños, la defensoría pública que asegura acceso a la justicia a nivel de los 26 estados y la fiscalía de acción más colectiva.
Internet, que era una promesa de democratización de las comunicaciones, se volvió “una desdicha donde un pequeño grupo de programadores crea una aplicación para vender apuestas y atraer incautos”, lamentó Carlos Afonso, un experto en tecnologías de la comunicación y unos de los responsables de la implantación de internet en Brasil.
Para atrapar los consumidores las técnicas son comunes, mensajes de “su tarjeta caducó” o “actualice su identificación” por medio de las plataformas digitales, especialmente el wasap, y el correo electrónico, vía celular o computadora, para capturar dados personales y contraseñas.
El celular, pequeño y fácil de robar, contiene las aplicaciones que abre las puertas de los bancos y otros tesoros. “Por eso no tengo esas aplicaciones activas en mi celular y aún así no lo llevo cuando salgo a la calle”, concluyó Afonso.
ED: EG