Guerra sin cuartel entre elefantes y aldeanos srilankeses

Al caer el sol, lo primero que queda a oscuras en la noroccidental aldea srilankesa de Konweva es el límite de los arrozales, donde las llanuras agrícolas se juntan con los densos arbustos. Ya hay señales de que la noche no será tranquila.

Mujeres cosechan arroz en predios limítrofes con la jungla, por donde deambulan los elefantes. Crédito: Amantha Perera/IPS
Mujeres cosechan arroz en predios limítrofes con la jungla, por donde deambulan los elefantes. Crédito: Amantha Perera/IPS

Los habitantes de Konweva, ubicada en el noroccidental distrito de Kurunegala, a unos 150 kilómetros de Colombo, se miran unos a otros con ansiedad, mientras se oyen fuertes estruendos en los cultivos.

«Han empezado a moverse», advierte susurrando el agricultor Immihami Mudiyanse. Se refiere a los elefantes que deambulan por el lugar, saliendo de su hábitat en la jungla y causando destrozos en la aldea.

De repente, Shanika Ekenayaka, uno de quienes integran el grupo que monta guardia esa noche, señala con urgencia un punto en el horizonte donde termina el cultivo y empieza la selva.

Una gran sombra emerge de entre los arbustos y avanza pesadamente por el área desierta, sin inmutarse ante los fuertes petardos que estallan intermitentemente desde alguna parte de la selva.
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El grupo de aldeanos al que esta reportera acompaña se encuentra en cuclillas a apenas 500 metros. La bestia sabe que estamos allí, pero no le importa.

Nosotros, por contraste, estamos visiblemente más nerviosos. Cautivados por la figura imponente que se yergue frente a nuestros ojos, con nuestras cabezas inclinadas hacia la selva, a nuestra izquierda, cada aproximadamente 10 segundos, tratando de que no nos encuentre con la guardia baja otra manada de elefantes que pueda dirigirse hacia nosotros.

«Eso no sería muy bueno, ¿verdad?», pregunta retóricamente Ekenayaka.

Tras 20 minutos, el animal termina su recorrido y desaparece tal como apareció: sumergiéndose en la oscuridad detrás de una sucia carretera.

«Esta noche no dormiré», dice Mudiyanse, quien hará guardia para cuidar su arrozal.

Esta mezcla de batalla y juego de escondidas en que participan aldeanos y elefantes es aquí un ritual común pero mortal.

Konweva es apenas uno de los lugares donde se produce. También ocurre en otras áreas agrícolas ubicadas junto a la selva, como Kalaweva y Minneriya, en la Provincia Norcentral, Mahaweva y Ampara, en la Provincia Oriental, Hambantota, Buththala y Moneragala, en la Provincia Meridional, y Uva, en la Provincia Sudoriental.

El funcionario del gobierno Archchilage Weerasinghe dice que en Konweva hay unas 283 hectáreas de tierras cultivadas de arroz. Pero los elefantes han obstaculizado un mayor desarrollo. «No plantamos en un área de unas 142 hectáreas por culpa de los elefantes», dice.

Los aldeanos se quejan de que los elefantes atraviesan los campos y pisotean los cultivos.

Weerasinghe acompaña a esta periodista a recorrer algunas áreas donde la semana anterior estuvieron estos animales. A la distancia parece el escenario posterior a una tormenta de meteoritos. Los elefantes también destruyeron cientos de cocoteros que se extendían a lo largo de la aldea, explica.

Tampoco ayuda el hecho de que a los aldeanos no les corresponda una compensación por los daños que los elefantes causen a sus cultivos si estos no están en tierras del gobierno, que a menudo los agricultores usan sin autorización.

Los residentes del lugar sostienen que los elefantes distan de ser la adorables criaturas que se ven por televisión.

En julio, un aldeano murió pisoteado y su esposa resultó herida en un ataque perpetrado por elefantes. Según Weerasinghe, en el último año los elefantes mataron a por lo menos tres personas en Konweva.

Informes del gobierno señalan que en 2009 hubo 228 elefantes y 50 seres humanos muertos en confrontaciones entre ambos en todo el país.

«El gobierno nos da petardos para lanzar cuando vienen (los elefantes), pero no sirven», lamenta Weerasinghe.

Cada agricultor recibe cuatro petardos por mes, pero eso «no es suficiente ni siquiera para un día», dice.

Los petardos se usan para espantar a los elefantes. No se los puede matar porque son animales protegidos en esta nación insular del sudeste asiático, donde totalizan unos 3.000. Quien lo hace incurre en un delito y es llevado a juicio.

Algunos expertos, como Jayantha Jayewardene, del Asian Elephant Specialist Group, creen que los elefantes pueden haber ingresado a las aldeas porque prefieren los bosques de segundo crecimiento, o los que están creciendo nuevamente tras haber sido talados o usados para la agricultura.

La abundancia de alimentos en aldeas como Konweva, donde el arroz cosechado puede almacenarse durante meses en los hogares, también incentiva a los elefantes a aventurarse en esos lugares.

De hecho, estos animales muestran una inclinación por los arrozales en un momento particular de su crecimiento, «no jóvenes pero tampoco tan maduros como para ser cosechados», explica Deepani Kumudini, residente de Konweva.

Para evitar que las manadas estropeen la producción, los agricultores se ven obligados a cosechar antes de que los cultivos alcancen su madurez.

Jayewardene sugiere una posible solución: construir vallas eléctricas que impidan el paso de los animales, un método muy usado en Sri Lanka. Pero esto podría acarrear consecuencias de mayor alcance.

«Hay que tener en cuenta que el vallado puede confinar a los elefantes a un área pequeña y hacer que mueran de hambre, especialmente cuando los alimentos son escasos en épocas como las de sequía», dice Jayewardene.

Aunque los expertos alientan a los agricultores a custodiar sus arrozales, los aldeanos argumentan que esos esfuerzos extra dan réditos ínfimos que no compensan la inversión.

En un caso, para observar a los elefantes se empleó a 14 personas apostadas en siete chozas construidas alrededor de un arrozal de 1,6 hectáreas. «El costo de la mano de obra, el tiempo que les insumió, no vale la pena», opina Weerasinghe.

Sumándose a los males de los agricultores, en los últimos tiempos cayeron los precios del arroz.

Los aldeanos son categóricos en cuanto a que los elefantes no son autóctonos del área. No se veían aquí hasta hace unos 20 años, sostienen.

Algunos creen que los primeros elefantes se detectaron en Knoweva en marzo de 1992, luego que las manadas se vieron obligadas a huir de las junglas del nororiente del país cuando el conflicto étnico srilankés se convirtió en una guerra.

Procedan de donde procedan los elefantes, los aldeanos quieren que se vayan. Pero es improbable que eso ocurra. Por ahora no hay solución a la vista para hacer la paz entre ambos, así que el ritual del patrullaje nocturno continúa para los habitantes de Konweva. * Este artículo es parte de una serie de reportajes sobre biodiversidad producida por IPS, CGIAR/Bioversity International, IFEJ y PNUMA/CDB, miembros de la Alianza de Comunicadores para el Desarrollo Sostenible (http://www.complusalliance.org).

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