Sirios luchan contra las penurias en zonas rebeldes

Civiles cerca de Ma'arrat An-Numan. Crédito: Shelly Kittleson/IPS.

Combatientes del Ejército Libre Sirio (ELS) montan guardia en el edificio de la compañía estatal de cable para evitar saqueos en el distrito de Jan al Assal, 14 kilómetros al oeste de Aleppo. El resto del lugar parece un pueblo fantasma.

Cerca de esta localidad que las fuerzas rebeldes tomaron en julio está Al Rashideen, la primera línea de los francotiradores, en los suburbios de Aleppo, la ciudad más grande de Siria que antes del conflicto era un importante centro industrial.

La base de operaciones de los rebeldes se encuentra en el piso bajo de un edificio abandonado y prácticamente destruido.

Afuera hay unos 20 pares de zapatos, y adentro están los hombres sentados y descansando, con sus rifles Kalashnikov al lado, excepto cuando la habitación se usa para rezar. Entonces las armas se colocan junto un mosquitero bajo el cual suelen dormir.

Antes de la guerra casi todos eran civiles. Ahora ninguno podría considerarse tal. Los rebeldes bloquearon con escombros la carretera que conduce a Aleppo para impedir que civiles en sus vehículos “se pierdan y terminen en la línea de fuego de un francotirador”, dijo a IPS un soldado del ELS.

El mismo tipo de bloqueo carretero “temporario” se ve en otros lugares.

Entre las principales ciudades todavía circulan algunos autobuses, que generalmente usan carreteras secundarias para evitar que los ataquen.  Para atravesar los puestos de control del régimen de Bashar al Assad y del ELS, los civiles deben demostrar que están “limpios” para ambas partes, o recurrir a identificaciones falsas, que pueden adquirir muy fácilmente a cambio de la suma correcta, se informó a IPS.

En cuanto al combustible, se consigue el de Iraq, el de refinerías improvisadas en las áreas rebeldes o el contrabandeado desde zonas bajo control del gobierno. Los tres difieren en calidades y precios, pero todos cuestan mucho más que antes de que comenzara la guerra civil, y eso afecta los precios de otros productos.

La escasez de pan, combustible y atención de salud hace sufrir a la población en áreas tomadas por la insurgencia. Las panaderías, las escuelas y los hospitales son blancos habituales de las tropas gubernamentales. Además, el gobierno niega el acceso a organizaciones humanitarias como Médicos Sin Fronteras (MSF) que, sin embargo, administra varias clínicas en lugares no revelados de zonas rebeldes.

IPS visitó un hospital de campaña en Maa’rrat An-Numan, en el sur de la provincia de Idlib, sobre la autopista que une Hama, 200 kilómetros al norte de Damasco, y Aleppo, a 150 kilómetros. «Los combatientes no pagan, pero los civiles pagan la mitad de lo que cuesta el tratamiento», dijo un médico que trabaja en el lugar.

[related_articles]Al principio, habitantes de Damasco enviaban dinero en forma clandestina para mantener este hospital, pero como esto se hizo demasiado peligroso, el funcionamiento se sostiene ahora con fondos de donantes individuales de Emiratos Árabes Unidos.

Aquí llegan entre 30 y 40 pacientes por día. El centro de salud usaba su propio vehículo para trasladar a los heridos graves a otros hospitales. Pero desde que se rompió, un mes y medio atrás, se echa mano a una combinación de «autos, bicicletas o lo que sea de otra gente» para mover pacientes hasta la frontera con Turquía, cruzándola cuando es necesario, explicó el médico.

La incidencia de enfermedades transmitidas por mosquitos, como la leishmaniasis, creció drásticamente desde que empezó la rebelión contra el gobierno de Al Ashad, en enero de 2011, por la falta de agua, energía y servicios públicos y por las malas condiciones sanitarias. Pero los mosquiteros solo se encuentran en hogares que pueden costearlos.

En algunas áreas controladas por los rebeldes hay electricidad, pero no en Ma’arrat An-Numan. El zumbido de los contaminantes generadores a diésel (gasóleo) alivia a los pocos que los tienen.

Una casa a la que esta corresponsal fue invitada, a pocos kilómetros del aeropuerto militar Wadi Al Daif, exhibe en sus paredes las marcas de las balas de los francotiradores. Una ventana estalló. Aquí viven cuatro niños pequeños con sus padres y el hermano menor del padre.

Antes estudiante de literatura inglesa en la Universidad de Aleppo, ese hermano, de 20 años, fue obligado a abandonar su carrera, pues su zona de origen –estampada en las tarjetas de identificación de los estudiantes sirios– era conocida por la actividad rebelde. Él también acabó tomando las armas.

En los días en que esta reportera de IPS pasó en este país, oyó historias similares con frecuencia. A otro hombre de veintipocos años que había vivido varios en Dubai el régimen le prohibió viajar al exterior luego de que retornó a Siria tras el comienzo del levantamiento. Ahora combate con una pequeña brigada rebelde que tiene su base de operaciones junto a la casa de su familia, y busca alguna forma de llegar a Europa.

A comienzos de septiembre, la Organización de las Naciones Unidas reportó que la cantidad de refugiados sirios había aumentado a más de dos millones. Muchos huyeron a Líbano, Turquía, Jordania y el norte de Iraq. A esta última zona cruzaron más de 40.000 en apenas 10 días de agosto.

Otros se fueron más lejos: en un solo día de septiembre, la guardia costera italiana llevó de regreso a la costa a más de 400 que viajaban en dos embarcaciones atestadas.

Por la misma calle donde está la casa de la familia que visitó IPS hay una mezquita. Un cohete disparado por las fuerzas del régimen le voló un lado y dejó un cráter.

“El ataque ocurrió un viernes, durante los rezos comunitarios semanales”, dijo un residente. “Afortunadamente, todos los feligreses estaban en el sótano, por precaución, así que solo murió un niño”.

Otro niño, de 10 años, atiende un único puesto de venta de cigarrillos en la calle principal. En las afueras del pueblo, tres mujeres con sus rostros enrojecidos por el sol y cinco niños se sientan bajo un precario cobertizo. Junto a él hay una gasolinera improvisada, con sus bidones, embudos y grandes jarros de plástico, que las mujeres manejan mientras sus esposos contrabandean combustible de Hama, ciudad controlada por el gobierno.

No hay escuelas funcionando en el área cercana a Ma’arrat An-Numan, según se informó a IPS.

Tampoco hay acceso a Internet ni recepción de señales de telefonía celular, y los pocos edificios que visitó IPS, en los que antes funcionaban centros de enseñanza, ahora están parcialmente destruidos por los bombardeos. Las fuerzas rebeldes se acuartelaron en algunos de ellos.

 

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