¿Quedará Turquía atrapada en las arenas movedizas de Iraq?

La decisión del Gobierno Regional de Kurdistán (GRK) en Iraq de enviar su primer cargamento de petróleo a Europa por el puerto de Ceyhan, en el sur de Turquía, fue recibida con reacciones encontradas por las diferentes partes involucradas.

Lo que el gobierno turco puede considerar una bendición, en un momento en que la confianza en el futuro de la economía del país se tambalea, puede resultar una maldición política para las problemáticas relaciones de Ankara con Bagdad.

De hecho, el gobierno de Iraq tardó menos de 24 horas en reaccionar a la noticia.

El viernes 23, el Ministerio de Petróleo iraquí anunció que había “presentado ante la Cámara de Comercio Internacional de París una demanda de arbitraje contra la República de Turquía y su operador de gasoductos estatal, Botas”.

El recurso, explicó, se presentó “con el fin de detener el transporte, almacenamiento y carga sin autorización” del crudo originario del GRK a uno de los dos oleoductos de Iraq y Turquía, que parte desde la iraquí Kirkuk y llega a Ceyhan.

Mapa del oleoducto entre Kirkuk, en el Kurdistán iraquí, y Ceyhan, en Turquía. Crédito: Dominio público
Mapa del oleoducto entre Kirkuk, en el Kurdistán iraquí, y Ceyhan, en Turquía. Crédito: Dominio público

Además, Bagdad pretende cobrarle a Ankara más de 250 millones de dólares por daños financieros.

Por un tratado firmado en 1973 y modificado en varias ocasiones, la última en septiembre de 2010, Turquía y Botas se comprometieron a reservar la totalidad de su sistema de infraestructura para el uso exclusivo del Ministerio de Petróleo iraquí, que se guardaba el derecho de aprobar todos los usos de las tuberías de 1.931 kilómetros de extensión.

Cuando en noviembre de 2013 Turquía anunció la firma de una serie de acuerdos de cooperación con el GEK, uno de las cuales concierne al uso del oleoducto entre Iraq y Turquía, Bagdad protestó de inmediato que se trataba de una violación de su tratado con Ankara.

El GRK es una ‘región federal’, según el artículo 117 de la Constitución iraquí de 2005, y como tal goza de cierta autonomía en asuntos que no sean de competencia exclusiva del gobierno federal de Bagdad, estipula el artículo 121 de la ley fundamental.

Las relaciones internacionales, incluidos los tratados, acuerdos y la política comercial, se encuentran en el ámbito de la competencia exclusiva de Bagdad, según el artículo 110 de la Constitución. Además, el artículo 111 establece que “el petróleo y el gas son de propiedad de todo el pueblo de Iraq en todas las regiones y provincias.”

En consecuencia, parecería que el acuerdo de tránsito y distribución de petróleo entre el GRK y Turquía pasó por alto las disposiciones constitucionales de Iraq.

En un comunicado de prensa, el gobierno de Bagdad también acusó el sábado 24 a Ankara y Botas de haber violado el Tratado de Amistad Mutua de 1946, que “exige a Turquía el cumplimiento de una estricta política de no injerencia en los asuntos nacionales iraquíes.”

La crisis en las relaciones bilaterales se veía venir desde noviembre. Estados Unidos había presionado al primer ministro del GRK, Nechirvan Barzani, y al primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, para que evitaran contrariar aun más al gobierno iraquí.

En febrero, el ministro de Energía turco, Taner Yildiz, indicó que las exportaciones de Ceyhan no comenzarían sin la aprobación de Bagdad.

Washington no deseaba más complicaciones en la región, con la guerra civil siria en curso y el recrudecimiento de los disturbios internos entre sunitas y chiítas en Iraq.

Los intereses de Ankara también parecen apoyar una relación de tipo empresarial con Bagdad.

Horas antes de que comenzaran las exportaciones de petróleo del GRK desde Ceyhan, la Autoridad Reguladora del Mercado Energético de Turquía anunció que en 2013 Iraq fue el mayor exportador de petróleo al territorio turco, con una cuota de 32 por ciento del total, un aumento sustancial frente a 2012, cuando fue de 19 por ciento.

Pero la superposición de intereses se detiene allí. A pesar de una mejora temporal en las relaciones políticas en 2008, que llevó a la firma de 39 acuerdos, el entendimiento entre Erdogan y su homólogo iraquí, Nouri al Maliki degeneró en desconfianza y en un amargo intercambio de culpas, influida por la política sectaria que plaga a la región.

El primer enfrentamiento se produjo en 2009, cuando Bagdad emitió una orden de arresto para su vicepresidente sunita Tariq al Hashemi, acusado de planear el asesinato de dirigentes chiítas, incluso el de Al Maliki. Ankara se negó a extraditar a Hashemi y le ofreció asilo político.

Luego vino la crisis siria. Erdogan, un sunita, apoyó de forma abierta y materialmente a los rebeldes contra el régimen alauita en Damasco, y se puso del lado de Arabia Saudita y Qatar.

Los alauitas pertenecen a la secta de los chiítas. Al Maliki, un líder chiíta, que representa 60 por ciento de la población iraquí, no tomó una postura abierta, pero se acercó a Irán, aliado del presidente sirio Bashar al Assad.

Pero el juego de ajedrez de Turquía tiene dos dimensiones adicionales. La primera es la comunidad kurda, en su mayoría asentada en el sudeste de Anatolia, lo que representa aproximadamente 18 por ciento de los 77 millones de habitantes del país.

El proscrito Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) busca la independencia, a menudo a través de la acción armada, lo que provocó la muerte a 40.000 rebeldes, civiles y fuerzas de seguridad.

En 2012, Erdogan planeó un “proceso de paz» por el cual prometió al PKK libertades que darían lugar al reconocimiento de la identidad étnica kurda. El PKK se retiró a las montañas en territorio del GRK, y Barzani ha sido fundamental en el mantenimiento de una tregua entre los rebeldes y Ankara.[related_articles]

Preservar esta situación es importante para el gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo con vistas a las elecciones presidenciales turcas previstas para agosto.

Pero una buena relación entre Ankara y Erbil, la capital del GRK, irrita a Bagdad, que considera a Barzani desleal con el gobierno federal y sospecha que el GRK, tarde o temprano, exigirá la independencia completa.

Esta posibilidad también es motivo de preocupación para Turquía, que teme un renovado sentimiento separatista de sus propios kurdos. El éxito financiero del GRK, por medio de las exportaciones de petróleo, paradójicamente podría acelerar esa perspectiva.

La otra dimensión en los planes regionales de Turquía es su ambición de convertirse en una potencia energética mundial, para establecer al país como el principal centro del Mediterráneo oriental de las exportaciones de petróleo y de gas natural a Europa.

Luego de que se dañaran sus relaciones con la Unión Europea en 2009, Turquía ve una oportunidad de convertirse en un socio indispensable de Occidente, no sólo en teoría, sino también en la práctica.

Su capacidad geográfica para proporcionarles la posibilidad de tránsito seguro al petróleo y gas natural de Iraq y, en el futuro próximo, de Israel y Chipre a los mercados internacionales, presenta una ventana estratégica de oportunidades que no puede permitirse el lujo de perder.

La aparentemente buena relación de Erdogan con Rusia e Irán se basa en el pragmatismo y no en sus afinidades. De hecho, Ankara quiere minimizar su dependencia energética de Moscú y Teherán para 2023. La cuenta regresiva ya comenzó. En 2013 redujo sus importaciones de petróleo de Irán y Rusia de 39 a 28 por ciento y de 11 a 8 por ciento, respectivamente.

Al Maliki, después de su victoria en las elecciones iraquíes del 30 de abril, en las que se aseguró 94 de los 328 escaños en el parlamento, seguirá en el poder en Bagdad.

En ausencia de una reconciliación, Ankara podría tener que revisar sus ambiciones, dado que Iraq ya construyó rutas alternativas para sus exportaciones de petróleo, a través de sus puertos del sur e Israel, mientras en el futuro más lejano la normalización de la situación política en Siria ofrecerá opciones adicionales para los exportadores de petróleo y gas.

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