Mujeres trans de Perú en resistencia por su derecho a la identidad

En su local ubicado en la zona monumental de Lima, la organización Féminas Perú mantiene las reuniones de mujeres trans todos los martes por la noche. Empezaron a juntarse en el 2015 y hoy asumen el desafío de fortalecer sus liderazgos y empoderar a su comunidad. Foto: Mariela Jara / IPS

LIMA – “Sin reconocimiento de tu identidad por parte del Estado y la sociedad no hay ejercicio de ciudadanía ni de derechos”, asegura Leyla Huerta, directora de Féminas Perú, una organización que desde 2015 trabaja en empoderar a las mujeres transgénero frente a la situación de alta vulnerabilidad en que se encuentra este colectivo.

Ella tiene 44 años y como mujer trans ha experimentado múltiples situaciones de discriminación por su identidad de género.

“Todas hemos vivido la experiencia en que te dicen ‘yo no quiero discriminarte, solo leo lo que dice tu documento de identidad’. Eso es legalizar la discriminación”, dijo en su diálogo con IPS durante la jornada semanal de encuentros y actividades en la sede de la organización, en la zona monumental del distrito de Pueblo Libre de la capital.

Huerta denunció que “eso lo hemos visto claramente en el caso de Rodrigo y Sebastián en que esta negación de derechos traspasa las fronteras y te expone a la extorsión, la tortura y la muerte”.

Se refirió así al caso de dos jóvenes trans peruanos, Rodrigo Ventosilla y Sebastián Marallano, quienes se acababan de casar en Chile y fueron detenidos al llegar al aeropuerto de Bali de viaje de novios, y sometidos a tratos crueles entre el 6 y 10 de agosto, según denunciaron sus familiares.

Ese trato causó la muerte del primero de los dos, mientras hubo una acción insensible del Estado peruano y sus diplomáticos en Indonesia, según las familias y sus abogados. Han denunciado a las autoridades peruanas e indonesias por el delito de tortura con resultado de muerte.

Lo ocurrido lo consideran un crimen de odio los activistas de derechos humanos y ha servido para poner en primer plano la situación de multiples discriminaciones de las personas trans en el país.

“Soy una persona trans visible y he sido presa de momentos de vulnerabilidad no solo de mis derechos sino de mi identidad, en muchas formas y lugares. Es complicado para nosotras ocupar un espacio cuando vas al banco, a los servicios de salud, en un bus, en la calle. Se siente la mirada de la gente, mi cuerpo es un ruido”: Gretel Warmicha.

Féminas surgió con la idea de generar un espacio de empoderamiento comunitario de mujeres trans. Huerta la impulsó mientras coordinaba un proyecto para aprobar un modelo de atención en salud a mujeres trans.

“En lugar de seguir siendo la población objetivo de los proyecto de las oenegés, queríamos ser nosotras mismas quienes los lideren y con los recursos también fortalecer capacidades en nuestra comunidad”, explicó en el local de Féminas.

Allí y en un local anterior mantienen cada martes desde hace siete años un espacio de encuentro, acogida, conocimiento de sus derechos, a la vez que asumen el desafío de conducir y sostener su organización.

“En Féminas nos cuesta encontrar liderazgos, material humano que quiera enrolarse, porque también las necesidades apremian, la exclusión es mucho más fuerte”, dijo.

La peruana Leyla Huerta, activista y mujer trans de 44 años, ha logrado mediante un proceso judicial que se reconozca su derecho a la identidad. Ha iniciado un nuevo proceso judicial para el reconocimiento de su sexo. Los documentos de identidad de las personas trans mantienen los datos consignados a su nacimiento y el Estado peruano impone barreras para cambiarlos. Foto: Mariela Jara / IPS

Barreras en el Estado

La Constitución peruana reconoce el derecho a la igualdad y no discriminación, pero es letra muerta para las personas trans, quienes enfrentan las barreras del Estado al tratar de modificar los datos que les fueron asignados al nacer.

Este país sudamericano con 33 millones de habitantes carece de un procedimiento administrativo para el reconocimiento de nombre y sexo. Este vacío legal obliga a las personas trans a iniciar procesos judiciales que les exigen recursos económicos y tiempo.

En el 2019, la estatal Comisión Nacional Contra la Discriminación del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos emitió un informe recomendando que las entidades de los registros civiles rectifiquen sus procedimientos para el acceso sin discriminación al Documento Nacional de Identidad (DNI).

Y precisó que, en el caso de las personas trans, al no coincidir sus datos en el DNI con su verdadera identidad, ocasiona que reciban tratos humillantes, incrementando su situación de vulnerabilidad.

Sin embargo, las barreras administrativas persisten.

El informe indicó que para 2019 constaban 140 procesos judiciales para el cambio de identidad, de los cuales solo nueve habían concluido su trámite y cuatro obtenido sentencias.

Solo 6 % de 400 mujeres trans entrevistadas había logrado cambiar su documento de identidad, según una encuesta realizada en Lima y la vecina Callao, principal ciudad portuaria del país, realizada el año 2020 por encargo de diversas organizaciones, entre ellas Féminas Perú, y publicada por la no gubernamental Promsex.

Es el caso de un grupo de mujeres trans vinculadas a las artes escénicas con las que dialogó IPS en la habitación-vivienda de una amiga común, quienes tienen una expresión de género femenina pero mantienen en su DNI el nombre y sexo masculino que les asignaron al nacer, debido a la carencia de fondos para afrontar un proceso judicial.

Comentaron que necesitarían por lo menos el equivalente a 775 dólares, un dinero con el que no cuentan pues su día a día está lleno de urgencias.

Un grupo de mujeres trans vinculadas a las artes escénicas relataron a IPS sus formas de resistencia ante un sistema que las discrimina y las coloca como «el último eslabón». De izquierda a derecha Gretel, Brisa, Victoria y Gía, son amigas, se apoyan mutuamente, comparten sus experiencias y todas anhelan una vida digna que «merezca ser vivible». Foto: Mariela Jara / IPS

“Mi cuerpo es un ruido para la sociedad”

Gretel Warmicha tiene 30 años es una artista multidisciplinaria. Se considera mujer trans, travesti y transexual y en su camino ha transicionado – como se denomina el proceso de cambiar de un sexo biológico a otro–  no solo de género, sino de religión y “prácticas que una tiene, para desligarse de esta masculinidad rígida e ignorante”.

Estuvo viviendo en la ciudad andina de Cusco y se encuentra en Lima por trabajo. Se considera afortunada de contar con estudios y con una telaraña de soporte, pero siente que lo más difícil es asumir que merece una vida vivible “debido al sistema de la heteronorma” que las marginaliza y vulnera, y que ella y las demás viven cotidianamente.

“Soy una persona trans visible y he sido presa de momentos de vulnerabilidad no solo de mis derechos sino de mi identidad, en muchas formas y lugares. Es complicado para nosotras ocupar un espacio cuando vas al banco, a los servicios de salud, en un bus, en la calle. Se siente la mirada de la gente, mi cuerpo es un ruido”, analiza.


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Hacer el tránsito hacia una expresión de género que corresponde a su identidad y proyecto de vida es muy difícil para ellas. Aun cuando en la mayoría de casos desde temprana edad se sentían niñas, no se dan las condiciones para compartir esta vivencia en libertad y dignidad por el rechazo social.

“En el Perú no existe una infancia trans, muchas de nosotras transicionamos adultas, yo lo hice cuando empezó la pandemia”, revela Victoria, de 32 años, quien prefiere ocultar su apellido.

“Nos encierran a todos en casa y yo me dije: ¿cómo quiero vivir si me quedaría un mes de vida?, ¿esta es la vida que realmente quiero? ¿Es lo que realmente soy? ¿Es como realmente me quiero ver? Eso fue el impulso, como la vida es tan corta y la vida de las trans más cortita todavía, quería disfrutar todos los momentos siendo quién realmente soy”, remarcó.

Vivir la identidad con la que se identifican es iniciar cambios en su aspecto físico que requiere terapias hormonales. Este proceso lo suelen hacer sin seguimiento médico debido a su alto costo y desconfianza en el sistema.

“Confieso que en la pandemia tuve que hacer servicio sexual para poder comprar mis hormonas, ser mujer trans es caro, hay que tener unos 200 soles mensuales (51 dólares)”, detalló.

“El Estado no te da tratamiento, solo bloqueadores de testosterona y condones, porque es parte del programa de atención de VIH/sida (al que tienen acceso sin tener el virus). Si no hay para tratamiento de VIH menos para nosotras. Siempre vamos a ser el último eslabón”, lamentó.

Reconoce que el procedimiento de aconsejarse entre amigas para hacer la transición “el boca a boca” no es seguro para la salud porque es probable, por ejemplo, que el estrógeno que funciona para una sea nocivo para otra. “Pero no tenemos otra opción, es una ruleta rusa”, dijo.

Gía, de 33 años, también pide dar solo su nombre. Es poeta y artista como sus amigas, también hizo su proceso de transición durante la pandemia. Ella se retiró hace poco de la casa familiar por presiones de su madre, ya no era un ambiente seguro para ella. Cuando se le pregunta cómo se ve en el futuro, responde: “muerta”.

Aunque si piensa en lo que le gustaría hacer más adelante, dibuja un horizonte donde es dueña de una productora de televisión y ella y sus amigas tienen trabajo digno. Una aspiración que comparten todas, pues la precariedad en el empleo y los ingresos es una constante en sus vidas.

Consultadas sobre las expectativas de vida de las mujeres trans indicaron que el promedio es de 35 años.

“Si no te mueres por problemas de salud es porque te matan, como le pasó a un chico trans amigo de nosotras, Rodrigo, llegó a los 32 años, estudió en la universidad, tenía una beca en Harvard (la universidad estadounidense) y un futuro prometedor. Y con todos esos accesos murió por ser trans, es un recordatorio de que nuestra vida no vale nada”, subrayó Gía, nublando los rostros de todas y sumiendo la habitación en el silencio.

ED: EG

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