Memorias de una inundación en Argentina

Vecinos de Sierras Chicas miran las fotos de la Muestra Marca(s) de Agua. Foto: Organización Cultural Comunitaria Tagua

CÓRDOBA, Argentina – La noche del 15 de febrero de 2015, una lluvia furiosa y persistente se descargó sobre las localidades de Sierras Chicas, en la provincia de Córdoba, en el centro geográfico de Argentina.

Durante las primeras horas de esa madrugada, algunos ríos y arroyos se habían desbordado, sobrepasando los puentes y vados más bajos o precarios, amontonando troncos y basura en las orillas de los cauces.

Parecía otra tormenta del verano austral cordobés, pero acabó siendo una catástrofe.

“Por esa puerta del comedor entró toda el agua. Yo sentía ruido, como cuando el río viene crecido, y cuando abrí la puerta, el agua me empujó y no pude volver a cerrarla. Empezaron a flotar las cosas, la heladera, sentí crujir las maderas, y a mí… me levantó el agua… Recordando los movimientos que había aprendido en yoga pude salir nadando por abajo del agua y, cuando salí, tenía toda la cara llena de basuritas, de esas que trae el río”, rememora una vecina de Unquillo, cuyo testimonio figura de manera anónima en un documento académico.

El agua tomó por sorpresa a los vecinos de Sierras Chicas. Los ríos y arroyos apacibles, que hasta entonces en su mayoría siempre habían sido para “mojar los pies”, se transformaron en aluviones imparables, llevándose ocho vidas, destruyendo viviendas, puentes y calles.

Muchos de los inundados sobrevivieron subiéndose a los techos de sus casas: pasaron largas horas ahí. Algunos rezaban, otros se quedaban abrazados y cerraban los ojos para no ver el aluvión marrón que hacía flotar árboles, animales, autos y objetos que perdían para siempre.

Elementos utilizados para marcar las viviendas inundadas. Proyecto Marca(s) de Agua. Foto: Organización Cultural Comunitaria Tagua

Separar las aguas

Ese día, que sería recordado como 15F, llovieron 300 milímetros en 12 horas, lo que representa casi un tercio del promedio anual calculado para estas zonas serranas.

Pero, las catastróficas consecuencias no se deben a esto, sino al crecimiento demográfico y la deforestación sufrida en Sierras Chicas. La mudanza de los capitalinos hacia esa zona cercana explica parte del fenómeno. Ese avance urbano fue, en muchos casos, a expensas de los bosques nativos y sin planificación.

Se desmontó en un lugar que tiene relevancia en las cuencas hídricas y, sin monte para absorber el agua, se produjo el aluvión. Además, toda esa agua que resbaló no entró en las napas y no quedó disponible para el futuro. Por esto, en Sierras Chicas, la inundación tiene la contracara de la crisis hídrica.

Desde el campo de la Geografía, el investigador Joaquín Deón explica que lo que pasó en 2015 fue un fenómeno multicausal.

“Esta inundación fue causada por diferentes problemáticas ambientales, como la disminución de la cobertura vegetal y la recurrencia de incendios forestales en la zona de la cuenca; como también por la irresponsabilidad gubernamental en el cumplimiento y reglamentación de legislaciones vigentes referidas al cuidado del ambiente», explica el geógrafo de la Universidad Nacional de Córdoba.

Añade que «la zona de Sierras Chicas está atravesada desde hace décadas por el avance de la urbanización, los desmontes, la impermeabilización de suelos y el reemplazo de vegetación”.

La región afectada se ubica al este de un cordón montañoso y está compuesto por las localidades de Villa Allende, Mendiolaza, Unquillo, Río Ceballos, Salsipuedes, El Manzano, Agua de Oro, La Granja y Ascochinga.

“De acuerdo a los vecinos del barrio Los Cigarrales de Unquillo, la naturaleza puede pensarse como dotada de intencionalidades que responden al accionar humano, como espacio familiar propio del entorno doméstico y como presencia de la experiencia vital de los vecinos. Esas nociones son las que influyeron en los sentidos que los vecinos otorgaron a la inundación”, describe la antropóloga Lourdes Luna Rodríguez, de la Universidad Nacional de Córdoba, quien es también vecina de Unquillo y realizó un trabajo de investigación sobre la construcción de memorias sobre la inundación.

Sin embargo, las explicaciones oficiales buscaban instalar otros sentidos.

El entonces gobernador de Córdoba, José Manuel de la Sota, irrumpió en los medios de comunicación diciendo que lo sucedido había sido “un tsunami que cayó del cielo”. “Cayó agua de una forma totalmente inusual para esta zona, generándonos todos los problemas que hemos tenido”. Reforzaba su representación del evento como un episodio natural afirmando que “la naturaleza no es algo que podamos manejar nosotros”, dijo.

“Cada vez que los vecinos de la zona evocaban esos dichos, hacían referencia a la irresponsabilidad del entonces gobernador, al no hacerse cargo de la falta de planificación y de las pésimas condiciones de la infraestructura urbana de la zona, que permitieron que los efectos de una lluvia descomunal se multiplicaran y generaran el desastre que ocurrió”, apunta Luna Rodríguez.

La Familia Prato-Perrorat con la marca de agua frente a su casa. Foto: Organización Cultural Comunitaria Tagua

Marca(s) de agua

En su trabajo, la antropóloga cuenta cómo los vecinos comenzaron a tejer lazos entre ellos.

“El hecho de haber atravesado la misma situación límite, así como el haber emprendido procesos similares luego del evento —tanto personales, en relación con la sensación de haber atravesado un momento de inflexión existencial, como aquellos vinculados a los procesos administrativos para recibir resarcimientos económicos frente a las pérdidas afrontadas—, permitió que vecinos y vecinas comenzaran a trazar lazos de identificación entre ellos. Se inauguraron nuevas formas de encuentro y organización, donde se instaló la evocación de lo sucedido en y a partir del 15F”, cuenta.

Durante el período en que realizó su tesis de Licenciatura, la investigadora participó de las actividades propuestas por Tagua, una organización cultural comunitaria radicada en Unquillo.

Esta agrupación llevó adelante, junto a los vecinos, el proyecto “Marca(s) de Agua”. Consistía de diversas actividades: desde la marca de los niveles alcanzados por el agua en las viviendas afectadas, hasta la documentación de testimonios de vecinos sobre su experiencia en la inundación.

Para llevarlas a cabo, reunían a los vecinos en encuentros periódicos, que propiciaron aún más la escucha y el acercamiento entre ellos.

“El único espacio ofrecido desde el municipio que congregaba a los vecinos damnificados, la Mesa de Vivienda, comenzaba a volverse insuficiente, ya que las personas no sólo necesitaban resolver sus necesidades habitacionales, sino también poder tramitar los impactos subjetivos que la inundación les había generado. Como dijo uno de los vecinos, la mayoría de ellos sentía que todos les preguntaban qué necesitaban, pero nadie, cómo se sentían”, explica Luna Rodríguez.

Así, el interés de “Marca(s) de Agua” fue recuperar la mirada y la palabra de las personas involucradas. “La marca de agua es una imagen que no se ve a simple vista, pero que está de todos modos presente, dando cuenta de la falsedad o autenticidad de una cosa. En el caso del proyecto, da cuenta de una verdad inapelable: que la vivienda fue alcanzada por la inundación”, describe Valeria Prato, miembro de Tagua.

Alicia en el interior de su vivienda. Proyecto Marca(s) de Agua. Foto: Organización Cultural Comunitaria Tagua

Humanización del pasado

La puesta en marcha de “Marca(s) de Agua” comenzó con la realización de visitas a las viviendas de los vecinos damnificados que habían aceptado formar parte de la iniciativa. Un equipo de personas, conformado por las integrantes de Tagua y dos mujeres encargadas de llevar adelante los registros fotográfico y audiovisual, concretaban un encuentro con cada familia.

Como parte del armado final, se creó un guion con las fotos y frases elegidas. Pese a que al principio hubo un único diseño, en cada montaje siguiente la forma de contar la muestra fue variando en función de los intereses y objetivos de cada evento.

“Así, los vecinos damnificados, a casi un año de lo sucedido y en la espera de respuestas gubernamentales que garantizaran su seguridad frente a un fantasmático nuevo 15F, se posicionaban para fijar en la escena pública que lo acaecido no era un simple temporal natural, sino un hecho vinculado a las faltas de gestiones regulatorias, que, por ejemplo, habían permitido la construcción de viviendas en distancias ínfimas al cauce del río”, cuenta Luna Rodríguez.

En estos contextos, las historias particulares de cada vecino, capturadas en los retratos que comparten la intimidad de la casa inundada, eran investidas de un carácter ejemplar. “En la muestra, los retratos desempeñaron un lugar central. Posicionaron a los visitantes frente a una materialización y humanización del pasado asociado a las inundaciones mediante la marca, que, pese a tener un carácter colectivo, incorporaba lo individual”, indica.

Luego del primer aniversario del 15F, la exposición fue montada en 15 oportunidades durante el primer año, en el marco de diferentes eventos en las localidades de Sierras Chicas o en otras provincias argentinas.

A partir de la exhibición, agrega la antropóloga, el 15F era rememorado y actualizado en miras del presente, asociado a las luchas ambientales de la zona, y se volvía un recuerdo que buscaba suscitar el aprendizaje: el 15F aparecía como una clara muestra de las consecuencias que podía acarrear el deterioro ambiental de la región.

“Con el paso del tiempo, la muestra se fue ritualizando”, comenta Prato.

“En cada nuevo aniversario del 15F, necesitamos volver a encontrarnos y a contarnos lo vivido. Pero, además, se fue armando una agenda común con otras organizaciones para empezar a acompañar luchas y movimientos vinculados al reclamo por los (malos) usos, el incumplimiento de leyes y la falta de planificación efectiva en torno al ambiente”, afirma.

Una integrante de Tagua marca en una vivienda el nivel que alcanzó el agua durante la inundación del 15F. Foto: Organización Cultural Comunitaria Tagua

Desahogo: el cuerpo y lo colectivo 

Tres años después de la inundación, algunas personas sentían aún en sus cuerpos malestares y dolencias asociados a esa experiencia traumática.

“Cuando un grupo de personas experimenta una situación generadora de dolor, puede hallar en ese dolor un medio de integración social, a través de la construcción social de nuevas relaciones, como sucedió con los vecinos de la plaza durante el desarrollo de ‘Marca(s) de Agua’”, explica Luna Rodríguez.

A su juicio, “si no existe esa posibilidad de procesar el evento, la experiencia dolorosa actúa como medio que destruye el sentido de comunidad, al destruir la capacidad de comunicación de los sujetos, conduciéndolos a recluirse en sus propios cuerpos, y condensando en síntomas físicos las situaciones atravesadas”.

La antropóloga cuenta que un grupo de vecinas, que no había podido formular una narración de lo vivido en la inundación, albergaba una memoria corporal que se manifestaba en una serie de síntomas.

Ellas mismas asociaban esos malestares a las experiencias que debieron atravesar desde la inundación, que repercutían en su nivel de bienestar y en su vida cotidiana, a pesar de que habían transcurrido tres años desde el 15F.

“Las experiencias etnográficas me mostraron cómo, frente a un silencio voluntario, el pasado en ocasiones se hace cuerpo. A veces, cuando no se encuentran palabras para expresar lo acontecido, ante determinadas situaciones desestabilizadoras, el habla se ve distorsionada, y es el cuerpo el que toma la palabra”, señala la antropóloga.

Agrega que “caminar o hacer actividades que antes eran comunes, como la limpieza de la casa, se vieron obstaculizadas por dolencias en piernas y espalda, que las vecinas atribuían a todo lo que les pasó luego del 15F».

«La voluntad para realizar actividades o disponerse a encarar algún nuevo proyecto fue coartada por el desgano y la centralidad que cobraron algunas enfermedades graves y los tratamientos que debían realizarse. De ese modo, el padecimiento físico diferenció la cotidianeidad de las vecinas, delimitando así una nueva forma de ser damnificadas, marcada por la inscripción corporal de las memorias del 15F”, asegura.

“Desde Tagua nos preguntábamos ‘cuánto dura una catástrofe’, ‘cuándo se termina la necesidad de contar’. Y, por nuestro trabajo previo en la Red de Sostenes, iniciativa en la que acompañábamos a víctimas de violencia de género, sabemos que el cuerpo es un lugar donde se anudan múltiples marcas de dominación, por lo cual también es posible pensar que trabajando el cuerpo se puede trabajar la emancipación”, cuenta Prato.

Des-hacer el trauma

Fue así como surgió, en Tagua, la idea de ofrecer para vecinos y vecinas clases libres y abiertas de Chi Kung. El silencio, el contacto y la experimentación con el propio cuerpo durante las clases habilitaban la posibilidad de tramitar las memorias corporalizadas que albergaban del 15F.

“Son esas posibilidades de ‘destrabe’ y tratamiento de afecciones corporales las que fomentaban la asistencia de las vecinas y la preferencia por este momento compartido. A través de las actividades propuestas, en cada clase se instalaba la posibilidad de ‘des-hacer el trauma’ albergado en los cuerpos”, profundiza Luna Rodríguez.

Y comenta que el progresivo bienestar corporal de quienes participaron de las clases de Chi Kung habilitó, en las vecinas, el tratamiento de las obturaciones del lenguaje y de sus memorias hechas cuerpo, que condensaba malestares y enfermedades atribuidas al paso del agua en sus vidas.

“Esto nos permitió ver claramente el modo en que las trayectorias personales y las coyunturas sociales se entraman, articulándose de modo específico en la tramitación del pasado y sus marcas en los cuerpos”, indica.

En cuanto a su propia vivencia de la inundación, la antropóloga reflexiona que “el miedo a la lluvia y las tormentas prevaleció por mucho tiempo en mi familia, y las precauciones frente a la temida posibilidad de que todo pudiera repetirse se extremaron con detalle obsesivo».

«El paso del tiempo sólo logró quitar el tema de la agenda social, pero muchas transformaciones quedaron para siempre entre nosotros, como la pérdida de recuerdos o el abandono de las viviendas por las malas condiciones en que habían quedado”, precisa.

“Pasa el tiempo y de repente abrís una caja con juguetes de la infancia de tus hijos y los ves llenos de barro y eso te revuelve todo lo vivido”, agrega Prato. “La marca insiste.”

Este artículo es parte de la Comunidad Planeta, un proyecto periodístico liderado por Periodistas por el Planeta (PxP) en América latina, del que IPS forma parte.

RV: EG

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