La historia de las corbatas españolas y otras cosas «made in Europa»

Los incendios forestales, bien conocidos por sus desastrosas consecuencias en el sur de Europa, llegaron este verano boreal tan al norte como Escandinavia. Foto: Fabian Jones / Unsplash

MADRID – Poco antes de que el parlamento español aprobara el 25 de agosto el plan de ahorro energético del gobierno, los partidos de la derecha y la extrema derecha de la oposición reavivaron el debate sobre una sugerencia anterior de no llevar corbatas en el Congreso y el Senado y en otras instituciones oficiales.

La sugerencia fue hecha por Pedro Sánchez, presidente del gobierno español, como una forma de ayudar a ahorrar energía.

La idea era que las corbatas aumentan la sensación de calor, ahora que el país tiene que enfrentarse a dos grandes problemas: la escasez de energía y las olas de calor sin precedentes que aumentan el consumo de electricidad.

El plan aprobado por España incluye la limitación de la temperatura del aire acondicionado a 27 grados, y de los aparatos de calefacción en invierno a un máximo de 18 grados, entre otras muchas medidas.

La Comisión Europea ha saludado el plan español para reducir alrededor de 7% de su consumo energético, la meta puesta por Bruselas a Madrid. A otros países miembros de la Unión Europea (UE) se le asignaron porcentajes diferentes. Y una de las potencias europeas más dependientes del petróleo y el gas rusos, Alemania, prevé reducir su consumo energético entre 15 y 20 %.

Como era de esperar, los partidos de la derecha y la ultraderecha española votaron en contra del plan, alegando que se queda corto, que demuestra el fracaso del gobierno, que aumenta el sufrimiento de los ciudadanos, que el fomento del transporte público y la ayuda financiera a los sectores más golpeados, no son la solución.

Dicen que la salida es reducir los impuestos. No es de extrañar, ahora están centrados en las próximas elecciones autonómicas y municipales que esperan les lleven al gobierno.

El argumento

Al igual que otros países europeos, los políticos y los medios de comunicación españoles siguen culpando incansablemente al presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, de su dura crisis energética, atribuyéndola con demasiada frecuencia a lo que llaman el «chantaje ruso».

La cuestión es que esta crisis ha surgido como consecuencia de las severas sanciones impuestas por Estados Unidos a Moscú tras el inicio, el 24 de febrero, de la actual guerra por poderes en Ucrania.

Las sanciones incluyen, sobre todo, la prohibición de importar petróleo, gas y otros productos rusos como cereales y fertilizantes; la retirada y el bloqueo de las actividades comerciales occidentales, y un larguísimo etcétera.

Las sanciones fueron aplicadas inmediatamente por el coro de aliados de Estados Unidos, de buenos modales, en Europa y otros lugares.

Luego vino la cumbre del 30 de junio en Madrid de la alianza militar “defensiva” occidental, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan), que decidió duplicar el gasto militar europeo en armamento como forma de hacer frente a la “amenaza rusa”.

Antes de la guerra en Ucrania

Mientras Estados Unidos sigue ocupando el primer puesto en la producción de petróleo y armas, los ciudadanos del mundo, una vez más, van a pagar el costo: precios de la energía y los alimentos disparados, tasas de inflación sin precedentes, desaceleración económica y riesgo de una gran recesión, por mencionar algunos.

La guerra en Ucrania es absolutamente condenable, como todas las guerras. Una vez más, la diplomacia ha fracasado o ni siquiera ha querido intentarlo seriamente. Mientras tanto, las potencias occidentales siguen actualizando la lista del expresidente estadounidense George W. Bush y sus aliados del “Eje del Mal”. Putin la encabeza ahora.

Puede leer aquí la versión en inglés de este artículo.

En cualquier caso, la actual crisis “made in» Europa -tanto Rusia como Ucrania pertenecen al continente- se suma a los desastres anteriores. De hecho, al igual que en todas partes, Europa se ha enfrentado en este verano boreal a olas de calor sin precedentes. E incendios devastadores.

Estas emergencias: guerra, energía, calor e incendios no son nuevas. Son solo algunos de los síntomas de una enfermedad mucho mayor y sin tratamiento: el cambio climático.

Esta enfermedad es mucho más peligrosa que cualquier otra pandemia. De hecho, toda la población mundial, en particular los pobres, ha sido gravemente infectada.

Encima…

Siendo “parte del problema”, Europa no es “parte de la solución”. Los políticos europeos siguen mostrando una vergonzosa indiferencia hacia el indecible sufrimiento -y muerte- de los seres humanos de otras regiones, pero además no prestan atención ni siquiera a los de sus propios ciudadanos.

Sirve al respecto lo que declaró el director regional para Europa de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 22 de julio.

«Sin precedentes. Aterrador. Apocalíptico. Estos son solo algunos de los adjetivos utilizados en las noticias mientras vastas zonas de la región europea de la OMS sufren feroces incendios forestales y temperaturas récord en medio de una prolongada ola de calor», dijo  Hans Henri P. Kluge.

“El calor mata”, insistió, y recordó que en las últimas décadas cientos de miles de personas han muerto como consecuencia del calor extremo durante olas de calor prolongadas, a menudo con incendios forestales simultáneos.

“Los incendios forestales, bien conocidos por sus desastrosas consecuencias en el sur de Europa, se están produciendo ahora tan al norte como en Escandinavia, y esta semana los incendios en Londres han destruido 41 casas. Esta abrasadora temporada de verano apenas ha llegado a la mitad», prosiguió el representante de la OMS.

La exposición al calor extremo suele agravar las condiciones de salud preexistentes. Los golpes de calor y otras formas graves de hipertermia -una temperatura corporal anormalmente alta- causan sufrimiento y muerte prematura. Las personas que se encuentran en los dos extremos del espectro vital, es decir, los bebés y los niños, y las personas mayores, corren un riesgo especial, advirtió Kluge.

Consecuencias

Una simple ecuación diría que más calor y más incendios provocan una mayor degradación de la tierra, sequías, desertificación, pérdida de suelos fértiles y recursos hídricos, menos cosechas, menos suministros de alimentos, aumento de la demanda, más especulación en el mercado, precios más altos, aumento de la inflación, entre otras, todas ellas impactando duramente en la ya dura vida de los ciudadanos de a pie.

Y eso lleva a la crisis del agua en Europa. Dos organismos especializados, la Comisión Económica para Europa (Cepe) de las Naciones Unidas y la filial europea de la OMS, han advertido sobre la ausencia de planes para hacer posible el acceso al agua ante las presiones climáticas en la región.

Y “en la mayoría de los casos” en toda la región también ha habido una falta de coordinación en materia de agua potable, saneamiento y salud, según se evidenció durante la Decimotercera reunión del Grupo de Trabajo sobre Agua y Salud, celebrada el 19 y 20 de mayo en Ginebra.

¿Los pobres? ¿Qué es eso?

Mientras esto sucede en la Europa rica y altamente industrializada, ¿qué pasa con los impactos extraordinariamente severos de todo ello en los llamados países de bajos ingresos? No se les menciona en el discurso político europeo, y mucho menos en los medios de comunicación convencionales.

¿No importa que el número de personas hambrientas ascienda ahora a 1000 millones? ¿No importa que los miles de millones de pobres del mundo no hayan provocado en absoluto la catástrofe actual, aunque soporten el peso de sus consecuencias más graves?

No tienen corbatas de seda que ponerse o quitarse.

T: MF / ED: EG

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