Grietas en alerta temprana siembran tragedia en Sri Lanka

Aldeanos trepan a través de los escombros buscando sobrevivientes poco después del deslizamiento de tierras del 29 de octubre en Sri Lanka. Crédito: Colaborador/IPS

Cuando fallan los sistemas de alerta temprana, la muerte llama de inmediato a la puerta de víctimas insospechadas de los desastres naturales. Millones de srilankeses experimentaron esta realidad reiteradamente en la última década, pero los responsables de prevenir fallecimientos por estas causas siguen cometiendo los mismos errores.

La más reciente de esas tragedias, a consecuencia de la ignorancia y la indiferencia ante el peligro inminente, se desató en la mañana del 29 de octubre en Meeriyabedda, una finca productora de té en la montañosa región de Koslanda, ubicada unos 220 kilómetros al este de Colombo.

Luego de persistentes lluvias, dos kilómetros de laderas montañosas se derrumbaron a primera hora de la mañana, enterrando bajo unos nueve metros de lodo a 66 pequeñas viviendas de trabajadores de la zona.

Un informe inicial sobre la tragedia, elaborado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), sugirió que en esas casas había unos 300 ocupantes. Algunos habían salido a trabajar, y la mayoría de los niños y niñas estaban en la escuela cuando ocurrió el desastre.

[pullquote]3[/pullquote]Cuatro días después se habían recuperado cuatro cadáveres y 34 personas estaban en la lista de desaparecidas, cifra que arrojó una revisión de la estimación inicial, que señalaba 100. Alrededor de 1.800 fueron desplazadas y es posible que la mayoría de ellas no vuelvan jamás a sus hogares.

Pero la tierra no se precipitó ladera abajo sin una advertencia. Hace casi una década hubo varias alertas de que estas casas eran una trampa mortal.

En 2005, la Organización Nacional de Investigación sobre la Construcción (NBRO, en inglés) llevó a cabo un relevamiento del área e hizo su primer llamado de alerta.

“Concluimos que la tierra sobre la que estaban erigidas las casas no era estable y era propensa a deslizamientos, y recomendamos reubicarlas”, explicó a IPS el geólogo N. K. R. Seneviratne, responsable de la NBRO en el surcentral distrito de Badulla y quien lideró el estudio.

En efecto, algunos funcionarios que trabajaron en el sitio del deslizamiento dijeron que las 66 casas que habían quedado completamente enterradas habían sido claramente identificadas como las que corrían mayor peligro.

Seis años más tarde se efectuó un relevamiento similar, que arrojó las mismas recomendaciones. Y fueron pequeños deslaves los que alentaron la realización de esos estudios.

En ambas instancias, dijo Seneviratne, se transmitió las recomendaciones a los aldeanos, así como a funcionarios públicos que no tomaron ninguna medida para favorecer el reasentamiento de la población en peligro.

Seneviratne señaló que justo antes del más reciente deslizamiento de tierras, que se desencadenó a las 07:10 de la mañana, su oficina había enviado una alerta a la Secretaría de División de Haldummulla, la autoridad pública local. Aunque también se informó a algunos aldeanos sobre los riesgos, la mayoría de ellos decidieron quedarse.

“Hubo advertencias, pero todo ese proceso de diseminación sistemática terminó apenas llegó al nivel de la Secretaría de División”, dijo Indu Abeyratne, gerente de los sistemas de alerta temprana de la Sociedad de la Cruz Roja de Sri Lanka, que actualmente coordina los esfuerzos de alivio en el sitio, en diálogo con IPS.

Los propios aldeanos desoyeron las señales. En 2009, el Centro para el Manejo de Desastres, principal agencia gubernamental a cargo de las alertas tempranas y la ayuda en caso de catástrofes, junto con la NBRO y la Cruz Roja, llevaron a cabo un importante programa de concientización comunitaria en el área de Koslanda.

Se aconsejó a los pobladores locales formar grupos comunitarios que actuaran como vigilantes, analizando señales de peligro inminente y preparando planes de evacuación. Se distribuyeron megáfonos, que los aldeanos podrían usar para congregar multitudes en caso de emergencia, mientras que la plantación de té de Meeriyabedda recibió un pluviómetro simple para ir observando los niveles de las precipitaciones.

La NBRO tiene su propio monitor de lluvias en una escuela cercana. Según el mismo, por lo menos 125 milímetros de lluvias cayeron de la noche a la mañana del 29 de octubre. Si alguien de la finca tetera hubiera estado atento al pluviómetro de la aldea, debería haber tenido claro que el suelo se estaba mojando demasiado, y volviéndose peligroso.

Pero nadie vio las banderas rojas, y cuando la tierra colapsó con un fuerte estallido, muchos estaban desprevenidos.

“La tragedia real es que hubo mucho tiempo para salir de allí; las alertas les decían que así lo hicieran y los lugares hacia los que podían trasladarse”, dijo Abeyratne, de la Cruz Roja.

Brechas en la alerta temprana

¿Por qué tantos se quedaron quietos ante semejante peligro? Esto es lo que muchos que participan en los esfuerzos de alivio intentan responder ahora.

Desde el desastre se identificaron varias fisuras en el mecanismo de alerta temprana.

El principal culpable parece ser la falta de una autoridad superior que esté a cargo de las alertas locales, la diseminación de las mismas, las evacuaciones y la ausencia de un plan de evacuación ensayado, pese al muy real peligro de deslizamientos de tierras en el área.

Shanthi Jayasekera, titular de la Secretaría de División de Haldumulla, dijo a los periodistas que aunque se habían emitido advertencias no había instrucciones claras sobre las evacuaciones.

En otras partes de Sri Lanka, especialmente a lo largo de la costa devastada por el tsunami del 26 de diciembre de 2004, sí había planes ensayados y probados de evacuación y alerta temprana.

[related_articles]Hay unidades del Centro para el Manejo de Desastres apostadas en cada uno de los 25 distritos del país, dispersas en sus nueve provincias, encargadas de coordinar localmente esos esfuerzos, mientras que la policía y las Fuerzas Armadas difunden las alertas y gestionan las evacuaciones masivas.

La última de esas evacuaciones tuvo lugar en abril de 2012, cuando más de un millón de personas abandonaron sus hogares a lo largo de la costa tras una alerta de tsunami.

El Centro lleva a cabo simulacros de evacuación cada tres meses, pero ninguno parece haber cubierto el área de Meeriyabedda.

Menos de 10 días antes del deslave, el 23 de octubre, el Centro realizó ejercicios de evacuación en seis distritos, incluido Badulla, pero lamentablemente Meeriyabedda no estuvo entre los seleccionados.

“Aquí no hubo ningún plan de ese tipo, nadie supo hacia dónde trasladarse y cómo hacerlo”, y además no hubo ninguna autoridad que se hiciera cargo, dijo a IPS el portavoz del Centro, Sarath Lal Kumara.

“Deberíamos haber tenido un plan de divulgación de alertas tempranas liderado por una agencia del gobierno, así como un mapa de evacuación”, agregó.

Tales sistemas existen en otras partes del país. Según Abeyratne, grupos de voluntarios entrenados de la Cruz Roja trabajan junto con el Centro y con entidades públicas locales, así como con la policía y las Fuerzas Armadas, durante las emergencias.

“Es un sistema complejo, pero que ha sido probado en tiempo real (en Sri Lanka), y ha funcionado”, dijo. En efecto, los voluntarios de la Cruz Roja estuvieron entre los primeros en llegar al área afectada por el corrimiento de tierras.

Tal vez una de las mayores brechas en el plan de manejo de desastres para el área fue el no haber tenido en cuenta las condiciones socioeconómicas de los habitantes de lugares propensos a deslaves.

Kumara dijo a IPS que la mayoría de los residentes y las víctimas eran trabajadores pobres que ganaban magros salarios en las plantaciones de té de la zona.

Seneviratne agregó que los trabajadores de la finca eran de origen indio, descendientes de los que hace 200 años llegaron con los colonos británicos para trabajar en esos establecimientos.

Las viviendas destruidas no eran realmente casas, sino una decena de bloques de un ambiente conocidos como “casas en línea”.

La mayoría de los residentes en las fincas viven de esta manera desde hace varias generaciones, y se ganan la vida recolectando té, extrayendo caucho o pelando canela. Dependen totalmente de las plantaciones a las que pertenecen.

Una empresa regional de plantaciones, Maskeliya Plantations Limited, es dueña del predio donde tuvo lugar el mortal deslave. Tres días después de la catástrofe, las Fuerzas Armadas tuvieron que intervenir para impedir que los aldeanos atacaran a los funcionarios de la compañía.

De todos modos, Sri Lanka mejoró en su preparación contra desastres desde hace una década, cuando el tsunami dejó 35.000 muertos o desaparecidos. Desde entonces ha seguido una empinada curva de aprendizaje sobre cómo enfrentar los desafíos de frecuentes eventos meteorológicos extremos.

“Es una situación que requiere una evaluación cuidadosa, no soluciones provisorias”, aseguró Seneviratne.

Abeyratne agregó: “Cada desastre es una lección sobre lo que se puede hacer mejor, sobre cómo salvar vidas”.

Y si alguien necesita un recordatorio atroz sobre cuán importantes pueden ser estas lecciones, bastará con que alce la vista hacia la ladera de Meeriyabedda o, más bien, hacia lo que queda de ella.

 

Editado por Kanya D’Almeida

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