COLUMNA: El declive de la clase media

Roberto Savio. Crédito: Cortesía del autor

En la actualidad se reconoce ampliamente que la división entre Norte y Sur del mundo, que se conformó tras la era colonial junto con la coalición de los «nuevos países» contra las potencias del Norte, terminó con la llegada de la globalización.

Hoy hay partes del «Tercer Mundo» en el Norte y partes del «Norte» en el Sur. El mundo ya no es bipolar, con dos grandes potencias que crearon la otra gran división,  Este-Oeste. Nos encontramos en un mundo multilateral, donde una plétora de siglas (BRICS, G-20, TTP, etcétera) muestran la presencia de numerosos actores.

Pese a la irrelevancia actual de la división entre Este-Oeste (aunque el presidente Vlamidir Putin instrumenta una astuta estrategia para sostener a Rusia como un competidor mundial, en lugar de aceptar ser solo un actor regional), la división Norte-Sur se mantiene en el plano cultural, mientras el comercio y especialmente las finanzas, son poderosas fuerzas de integración.

En el ámbito cultural, la gente del Norte sigue teniendo una visión estrictamente geocéntrica del mundo y las estadísticas muestran que solo una pequeña cantidad de productos culturales fluye desde el Sur hacia el Norte. El gran caudal se intercambia entre Estados Unidos y Europa. Asimismo, en términos políticos, las dos mitades del Norte interactúan mucho más que con el Sur.

El crecimiento de China y de Asia, como centro neurálgico del siglo XXI, no se refleja en absoluto en el campo de la cultura y la política. Los blancos conservan un sentido de comunidad, que la campaña contra los inmigrantes continúa reforzando.

Mientras mayor es la pérdida de importancia del Norte en el nuevo mundo multipolar, la reacción es refugiarse en el populismo, en partidos xenófobos y nacionalistas, que sueñan con volver a los viejos tiempos. Ello explica la aparición de nuevos movimientos políticos como el Tea Party en Estados Unidos y agrupaciones similares que jugarán un gran papel en las próximas elecciones europeas.

En el intercambio político y cultural el centro del Norte sigue siendo Estados Unidos. Sus ciudadanos no están muy interesados en Europa, considerada un mundo diferente, que intenta proteger el bienestar y donde hay un tinte de socialismo (Rush Limbaugh de Fox News ha acusado al papa Francisco de «inculcar el marxismo puro»). Al contrario, Europa mira con atención a Estados Unidos.

Por lo tanto, en esta era de la globalización neoliberal, lo que ocurre en Estados Unidos todavía tiene muchas posibilidades de reverberar en Europa. Ningún ejemplo es más contundente que el sector financiero.

Los bancos europeos están comportándose cada vez más como los bancos estadounidenses y para ellos Wall Street es el punto de  referencia en conducta y estilo. Según la Asociación Bancaria Europea, en 2013 cerca de 2.000 banqueros de este continente ganaron más de un millón de euros (1.186 solo en Gran Bretaña).

También en la industria se observa una brecha creciente entre lo que gana un jefe y sus dependientes.

Esta tendencia, que nació en Estados Unidos y luego se expandió hacia Europa, no muestra en absoluto signos de desaceleración. Por esta razón tenemos que considerar a Estados Unidos como el modelo.

A fines de enero, el banco JPMorgan Chase anunció que en 2013 había aumentado en 74 por ciento la remuneración de su presidente, Jamie Dimon, totalizando la  pasmosa cifra de 20 millones de dólares. Esto por un año en que el banco pagó 20.000 millones de dólares de multa y escapó por poco a una acusación de culpabilidad penal.

Unos días después, Francisco González, presidente del Banco de Bilbao y Vizcaya (BBVA), imitó a Dimon de forma modesta, al anunciar que su remuneración de 2013 había sido de siete millones de dólares. El salario combinado de Dimon y González es equivalente al ingreso anual promedio de 2.250 personas jóvenes de ambas regiones.

Recientemente, el New York Times publicó un reportaje con el título «Los vendedores preguntan: ¿Dónde van los adolescentes?», en el que anunciaba que las  compras de ropa de los adolescentes estadounidenses bajarían en 6,4 por ciento entre el tercero y el cuarto trimestre.

La tasa de desempleo de los estadounidenses de 16 a 19 años es de 20,2 por ciento, muy superior al índice nacional de 6,7 por ciento. Empero, esto sería un sueño en Europa, donde el desempleo juvenil es mucho mayor.

En estudio constató que en Italia la mayoría de los solteros mayores de 35 años siguen viviendo con sus padres. Y otros datos muestran que las tiendas de la clase media baja se encuentran en crisis, mientras que las tiendas para ricos están en pleno auge.

Como es evidente, la desigualdad social está aumentando. Las estadísticas demuestran que casi todo el crecimiento en los últimos años ha ido a la cima de la pirámide, formada por uno por ciento de la población.

La clase media, resultante de una lucha centenaria por la justicia social y la redistribución de los ingresos, está desapareciendo rápidamente.

Según un estudio realizado por la London School of Economics, dentro de 16 años habremos retrocedido al grado de desigualdad social de los tiempos de la reina Victoria (1837-1901).

Todo esto, en un contexto de indiferencia generalizada de las elites políticas, enfrascadas en un combate autorreferencial sobre cuestiones del día a día.

La única voz que denuncia el actual proceso es el nuevo papa. En lugar de ser simplemente el guardián de la teología y de la doctrina, está hablando en nombre de las multitudes marginadas.

La capacidad de ir más allá de la dimensión cotidiana parece lamentablemente ausente, especialmente en el Norte. En 2000, los jefes de Estado de todo el mundo se comprometieron a cumplir diversas metas sociales, los llamados Objetivos de Desarrollo del Milenio, que están lejos de ser alcanzados.

No hablemos sobre los problemas del cambio climático, el desarme nuclear, la eliminación de los paraísos fiscales, la incorporación de la perspectiva de las mujeres y tantas otras cuestiones que tuvieron su momento y ahora han pasado al olvido.

Pero el papa Francisco es coherente y perseverante. Si el sistema no lo metaboliza, es posible que continúe agitando la vida de las elites políticas anestesiadas del Norte.

Roberto Savio, fundador y presidente emérito de la agencia de noticias Inter Press Service y editor de Other News.

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