Al Shabab da sus últimos suspiros en Etiopía

Cinta policial demarca el complejo donde una explosión mató a dos hombres el domingo 13 de este mes en Adís Abeba. Crédito: Jacey Fortin/IPS.

Eran las 14:40 horas cuando la explosión sacudió la modorra dominical en la capital de Etiopía. El escenario era una arbolada calle lateral en el tranquilo barrio de Bole, donde abundan embajadas y residencias de diplomáticos extranjeros y funcionarios públicos nacionales. El estallido mató a dos hombres, sobresaltó a los vecinos y demolió una pequeña casa.

Pero si la presunción del gobierno es correcta, las consecuencias pudieron haber sido mucho peores.

El domingo 13 de octubre, el día del atentado, Etiopía y Nigeria jugaban en Adís Abeba un partido en el marco de las eliminatorias para la Copa Mundial de Fútbol Brasil 2014 en el que, finalmente, perdió el país locatario.

Como en el sitio del estallido se encontraron cinturones con explosivos que suelen usar los atacantes suicidas y una camiseta de la selección etíope, los investigadores creen que es posible que los perpetradores planearan inmolarse en las cercanías del estadio, en el centro de la capital, donde se habían congregado miles de fanáticos y agentes de seguridad.

Pero algo salió mal y ninguno de los dos sospechosos –ciudadanos de Somalia, según el gobierno– logró salir de la casa antes de la explosión.

La organización islamista Al Shabab, que tiene su base de operaciones en Somalia, se atribuyó el ataque en su cuenta de la red social Twitter, pero no dio detalles.

“Nos atribuimos la responsabilidad del estallido con bomba de hoy en #AdísAbeba, #Etiopía, que dejó casi 10 kuffar (no creyentes) muertos”, señaló el tuit del lunes 14, que exageró bastante la cantidad de víctimas y que se publicó el día después de la explosión.

Para Kjetil Tronvoll, experto en asuntos de Etiopía y socio del International Law and Policy Institute, “es plausible que Al Shabab pueda estar vinculado” al ataque.

El grupo extremista había criticado reiteradamente a Etiopía y había amenazado con perpetrar atentados, dijo Tronvoll a IPS.

Etiopía implementa protocolos de seguridad de alerta máxima en relación a Somalia, indicó Tronvoll. Y la explosión del domingo 13 “justifica ese estado de alerta”, dijo.

[related_articles]El gobierno etíope está resuelto a tomar medidas drásticas contra el extremismo en todas sus formas, dijo el primer ministro Hailemariam Desalegn en una conferencia de prensa este mes.

“El extremismo suele degenerar en terrorismo, así que tenemos que combatir el extremismo lo más que podamos, y no transigir en absoluto”, declaró.

Esta política es criticada por algunos etíopes musulmanes –incluidos los de origen somalí–, que sostienen que sus comunidades son injustamente acusadas.

“Si está vinculado con Al Shabab, el ataque terrorista puede contribuir a la estigmatización generalizada de la población de origen somalí en Etiopía”, dijo Tronvoll.

Adís Abeba anunció que no cambiará su política de seguridad y que reforzará las fronteras, pues los dos sospechosos del atentado del domingo 13 habían ingresado al país de modo ilegal.

“Nos cercioraremos de controlar mejor a las personas que entran al país”, dijo Redwan Hussein, portavoz del gobierno, en diálogo con IPS.

En Somalia, Al Shabab se erigió como un baluarte contra la influencia de Etiopía y de Occidente ya desde su nacimiento como brazo militar de la Unión de Cortes Islámicas (UCI), entidad islamista que a comienzos de 2006 llegó al poder en ese país. Al principio concitó cierto apoyo público, como contrapeso de las tropas etíopes que a fines de ese año derrocaron a la UCI con el apoyo de Estados Unidos.

En los años siguientes, el territorio bajo control de Al Shabab se expandió por la mayor parte del sur de Somalia, donde la organización instauró la shariá o ley islámica. Además, forjó vínculos más estrechos con la red extremista Al Qaeda, del ahora difunto Osama bin Laden. En 2012 se unió a ella formalmente.

Pero ese proceso generó cierta discordia entre aquellos líderes de Al Shabab que vislumbraban un movimiento islamista mundial y los que tenían como prioridad centrarse en los asuntos internos.

Las fisuras empezaron a notarse luego de 2011, cuando soldados etíopes y keniatas reforzaron la Misión de la Unión Africana en Somalia (Amisom). Al mismo tiempo, Al Shabab rechazó la ayuda humanitaria durante una hambruna devastadora con lo que se erosionó el apoyo público con el que contaba.

En los dos años transcurridos desde entonces, Al Shabab fue expulsado de sus baluartes en Mogadiscio y en la ciudad portuaria de Kismayo, y los enfrentamientos entre sus propios líderes se convirtieron en una amenaza para su propia cohesión.

Cada vez más le cuesta más atraer a combatientes voluntarios, recurriendo entonces a los reclutamientos forzados.

Algunos analistas ven los últimos ataques que se ha atribuido –incluido el del domingo 13 en Adís Abeba y la masacre que el 21 de septiembre dejó 67 muertos en el centro comercial Westgate de Nairobi– como sus últimos suspiros, más que como señales de poder. La organización es una amenaza muy real, pero ya no goza del grado de apoyo que supo tener.

“Puede haber algunos elementos marginales aquí y allá en ambas partes, que podrían usar (el ataque de Adís Abeba) para transmitir alguna queja”, dijo Alula Alex Iyasu, analista del Instituto para los Estudios sobre Paz y Seguridad radicado en Etiopía, en entrevista con IPS.

“Pero musulmanes y cristianos conviven en Etiopía, y en Somalia la vasta mayoría desprecia a Al Shabab y a sus aliados. Así que imagino que condenarán el atentado de Adís Abeba sin condiciones, como si hubiera ocurrido en su propio suelo”, agregó.

En los últimos tiempos, Somalia ha hecho serios intentos para poner fin a dos décadas de Estado fallido. El año pasado se aprobó una nueva Constitución y se estableció un gobierno federal, encabezado por el presidente Hassan Sheij Mohamud.

La comunidad internacional ha comprometido miles de millones de dólares para reconstruir el país devastado por la guerra, y el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, llamó esta semana a la Amisom a reforzar con unos 4.400 soldados su actual pie de fuerza de 18.000 efectivos.

Mientras, en Adís Abeba, reina la paz en torno al sitio de la explosión del domingo 13, en la calle Ruanda del barrio de Bole, donde muchos etíopes de origen somalí viven tranquilamente con sus conciudadanos. Niños de ambas comunidades solían jugar juntos en el mismo complejo donde vivieron y murieron los perpetradores del atentado.

En los días posteriores al ataque, la puerta fue sellada con cinta policial, y unos pocos oficiales federales custodian el sitio. Pero la vida en la arbolada calle continúa normalmente, con sus habitantes mezclándose en pequeños comercios y deteniéndose a charlar en las esquinas.

Si los atacantes esperaban atizar las divisiones entre somalíes y etíopes, como hacía Al Shabab para obtener apoyo a su causa, parecería que no lo lograron, y además en el intento se perdieron vidas. Mientras, el aparato de seguridad nacional de Etiopía obtuvo un motivo más para mantener sus controvertidas tácticas.

“Etiopía se toma en serio esta clase de amenazas”, dijo Iyasu. “Somalia está en situación precaria desde hace 20 años, así que, en cierto sentido, esto no es nada nuevo para el gobierno etíope”.

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