Adaptación climática, la llave para hambre cero en América Latina

Dos productoras agropecuarias, en la localidad de Cobquecura, en el centro de Chile, muestran a visitantes cambios en sus siembras de subsistencia para enfrentar el incremento de la temperatura en el planeta, con el apoyo de políticas públicas a favor de la seguridad alimentaria en tiempos de cambio climático. Crédito: Claudio Riquelme/IPS https://c1.staticflickr.com/9/8639/30240913235_109970bb1c_o.jpg
Dos productoras agropecuarias, en la localidad de Cobquecura, en el centro de Chile, muestran a visitantes cambios en sus siembras de subsistencia para enfrentar el incremento de la temperatura en el planeta, con el apoyo de políticas públicas a favor de la seguridad alimentaria en tiempos de cambio climático. Crédito: Claudio Riquelme/IPS https://c1.staticflickr.com/9/8639/30240913235_109970bb1c_o.jpg

El cambio climático provoca alteraciones profundas en la producción agrícola de América Latina y el Caribe y si no se toman urgentes medidas de mitigación y adaptación del sistema productivo, aumentará el riesgo para la seguridad alimentaria de los habitantes de la región.

Esto podría revertir los importantes avances alcanzados por la región con los planes para lograr el objetivo de Hambre Cero, advirtieron expertos a IPS.

Dos ejemplos: para mantener los rendimientos en las producciones de café en la región, estas debieron subir de los 1.000 metros a los 1.200 y hasta 2.000 metros sobre el nivel del mar, mientras muchas viñas en Chile desplazaron sus plantaciones más al sur del territorio buscando sol y lluvia.[pullquote]3[/pullquote]

Las grandes empresas pueden comprar otros terrenos, pero muchos agricultores familiares ven amenazada su actividad y se preguntan si se acerca el día de cambiar de rubro o migrar hacia otros lugares, incluso a las grandes urbes, para subsistir.

“El cambio climático nos pone en esa posición de inseguridad. Si antes más o menos podíamos estimar temperaturas o humedades medias para una zona específica, ahora vemos reducida nuestra capacidad de predecir con cierto nivel de probabilidad”, explicó a IPS el ecuatoriano Jorge Meza, de la oficina regional de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

“Partiendo de esa situación y considerando que de esta manera las estimaciones pueden tener muchos rangos positivos como negativos, se ha estimado que el impacto que podría tener el cambio climático en la economía regional para el 2030 podría llegar a una media de 2,2 por ciento del PIB en daños”, destacó.

Algunos efectos podrían ser beneficiosos, como un aumento de las precipitaciones que significaría más agua para los cultivos”, explicó el oficial principal forestal de la FAO en la oficina regional del organismo en Santiago de Chile.

Pero en términos generales, advirtió, si los daños afectan a 2,2 por ciento del PIB (producto interno bruto), “quiere decir que habrá países que no crecerán económicamente y, más allá de la variable económica, habrá un impacto social fuerte de cuatro o cinco por ciento”.

La FAO busca enfatizar la vinculación entre la mitigación y adaptación al cambio climático y la seguridad alimentaria, dedicando el Día Mundial de la Alimentación de este año, el domingo 16 de octubre, al tema: “El clima está cambiando, la alimentación y la agricultura también”.

Un ejemplo es lo que vaticina para América Central la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).

Si no se toman medidas de mitigación o de adaptación al cambio climático, para el 2050 podría haber en la zona una reducción de  25 por ciento en la producción de los granos básicos, lo que significaría perder un cuarto de  la capacidad productiva, estima el organismo.

“Esto es preocupante por dos motivos: primero por la falta de disponibilidad de alimentos y segundo, porque los alimentos que queden, ese 75 por ciento, van a ser más caros. Ambas situaciones impactan a los más pobres porque hay menos alimentos y porque al ser más caros se reducen las posibilidades de acceder a estos granos básicos” explicó Meza.

Finca familiar en el estado de Río de Janeiro, en Brasil, con un sistema de siembra que se adapta a las manifestaciones del cambio climático en el área. Crédito: Fabiola Ortiz/IPS
Finca familiar en el estado de Río de Janeiro, en Brasil, con un sistema de siembra que se adapta a las manifestaciones del cambio climático en el área. Crédito: Fabiola Ortiz/IPS

Viviana Espinosa, una chilena de 60 años, cultiva desde hace algunos años una variedad de alimentos para el consumo familiar.

En su casa, ubicada en la zona del Cajón del Maipo, en los faldeos de la cordillera de Los Andes, a unos 17 kilómetros de Santiago, Espinosa siembra y cosecha año a año productos que luego sirve en su mesa y que también reparte entre sus hijos y nietos.

“Los alimentos están cada vez más caros. Por ejemplo, un kilogramo de tomates llegó a costar 2.500 pesos (unos 3,7 dólares) en septiembre. Si yo siembro en mi casa, no solo me ahorro ese gasto, sino que, además, consigo un producto natural, sin pesticidas y ojalá, orgánico”, señaló a IPS.

Junto a los tomates, esta chilena, casada y con tres hijos, siembra remolachas, lechugas, zanahorias y cebollas.

“El desafío ahora es que todo, todo lo que siembre, sea orgánico y que el clima nos acompañe. Ya nos pasó que lluvias fuertes en noviembre de 2015, destruyeron todo lo que habíamos sembrado”, reveló.[related_articles]

La variabilidad climática se expresa en la región latinoamericana con unos 70 eventos anuales que incluyen huracanes, erupciones, sequía, incendios, deslizamientos de tierra y, principalmente, inundaciones que afectan como promedio a unos cinco millones de habitantes.

Mientras, un tercio de los 625 millones de latinoamericanos, en su mayoría pobres y vulnerables, viven en zonas de alto riesgo y están expuestos a que un evento climático ponga en peligro sus medios de vida.

El cambio climático tiene, asimismo, un rostro de más largo plazo, cuya primera expresión es la reducción de la productividad de los cultivos y una segunda, la creciente relocalización de las zonas agrícolas.

“Se dice que si tú no te mueves y sigues produciendo en la misma área, es probable que tengas menores rendimientos, y eso puede requerir mayor tipo de uso de insumos o tecnologías con semillas más resistentes”, explicó a IPS el economista costarricense Adrián Rodríguez, jefe de la Unidad de Desarrollo Agrícola de la Cepal.

“Desde el punto de vista de la agricultura familiar o la agricultura que está en cultivos vinculados o relevantes para la seguridad alimentaria, puede haber impactos hacia los agricultores y hacia los consumidores, por la posibilidad de que los precios de los alimentos se incrementen”, aseguró.

Añadió que hay otro efecto que ya se está viendo y es la posibilidad de relocalización de las actividades productivas.

“Si el clima para producir ya no es adecuado, te mueves a otras zonas donde las condiciones agroecológicas y climáticas son adecuadas. Para las grandes empresas no se trata de un problema tan serio, pero sí para la agricultura de pequeña escala, con menores niveles de tecnología y de inversión o menos poder de acumulación”, indicó.

En 2015, la región latinoamericana fue la primera del mundo en alcanzar las dos metas internacionales de reducción del hambre: el porcentaje de subalimentación cayó a 5,5 por ciento y el número total de personas subalimentadas llegó a 34,3 millones.

Con ello, la región logró la meta establecida de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, reemplazados desde  este año por los Objetivos de Desarrollo Sostenible, y también en la última Cumbre Mundial sobre la Alimentación.

Sin embargo, el desafío ahora es alcanzar el hambre cero, una meta que podría verse afectada por el cambio climático, que impacta en los cuatro pilares de la seguridad alimentaria y nutricional: la estabilidad de la producción de alimentos, su disponibilidad, el acceso físico y económico y su adecuado uso.

Para Meza es necesario impulsar acciones de mitigación que consideren un cambio en el sector energético hacia fuentes renovables y, en el sector agropecuario, avanzar hacia prácticas orgánicas que eviten deforestar, utilizar los desechos de los animales para generar biogás y mejorar la dieta de los animales apuntando a reducir las emisiones, entre otras medidas.

Rodríguez planteó que la mitigación debe comenzar mejorando la gestión de los productores entregándoles información agro meteorológica adecuada y oportuna y, en el plano tecnológico, desarrollando variedades más resistentes a la sequía, a la humedad y a las variaciones en la disponibilidad de agua y de radiación solar y optimizar el uso del agua con sistemas de riego adecuados.

El especialista propone también avanzar en la investigación con base en “el conocimiento que tienen los agricultores, sobre todo de la agricultura familiar o indígena, quienes tienen variedades  tradicionales que son más adecuadas a determinadas aptitudes, climas o suelos”.

“Ese conocimiento es también muy relevante de tener en cuenta”, afirmó Rodríguez.

Editado por Estrella Gutiérrez

Compartir

Facebook
Twitter
LinkedIn

Este informe incluye imágenes de calidad que pueden ser bajadas e impresas. Copyright IPS, estas imágenes sólo pueden ser impresas junto con este informe