Pandemia castigó especialmente a trabajadoras domésticas en Brasil

Rostros de un grupo de trabajadoras del servicio doméstico en Brasil, durante una reunión de uno de sus sindicatos, que simbolizan que en su mayoría son negras y pobres. Ellas llevan décadas de lucha para lograr su reconocimiento laboral y derechos. Hoy están organizadas en 22 sindicados en estados o municipios y, desde 1997, cuentan con una federación nacional que las representa. Foto: Trabalhadoras Domésticas / Flickr

RÍO DE JANEIRO –  “Mujer, pobre, negra y analfabeta”, la mayoría de las trabajadoras del hogar sufren una cuádruple discriminación en Brasil, que las hizo más vulnerables a la pandemia de covid-19, sostiene una de sus dirigentes, Gloria Rejane Santos.

Presidenta desde hace 12 años del Sindicato de las Trabajadoras Domésticas de Paraíba,  ella misma se vio sin trabajo luego de conocerse la presencia del nuevo coronavirus en el país.

De los 6,2 millones de empleos que el sector del servicio doméstico tenía en 2019 en todo el Brasil, perdió 1,5 millones en 2020, estimó Hildete Pereira de Melo, profesora de economía en la Universidad Federal Fluminense que investiga género y economía hace cuatro décadas.

La vacunación, iniciada en enero de 2021, permitió recuperar solo parte de la ocupación perdida.

Paraíba es uno de los nueve estados del Nordeste, la región más pobre de Brasil, con  4,06 millones de habitantes del total de 214 millones del país.

En su mayor ciudad del interior, Campina Grande, con 415 000 habitantes, la policía e inspectores laborales liberaron el 2 de febrero a una mujer que trabajaba en un hogar en condiciones similares a la esclavitud, con sobrecarga de trabajo, insalubridad, retención en el lugar casi todo el tiempo y sin derechos laborales.

Asistir a sus colegas y combatir la discriminación contra las trabajadoras domésticas, mujeres negras en su inmensa mayoría, es la misión que se ha autoimpuesto Gloria Rejane Santos, presidenta del Sindicato de Trabajadoras Domésticas de Paraíba, un estado de la pobre región Nordeste de Brasil. Foto: Cortesía de Santos

Esclavitud remanente

“La pandemia agravó esa continuación de la esclavitud”, destacó Santos a IPS desde João Pessoa, la capital de la Paraíba, una ciudad de 825 000 habitantes, donde también se descubrieron dos casos de trabajo esclavo aún en investigación reservada, según afirmó.

Se trata de un fenómeno más rural. Hubo 1937 trabajadores rescatados de la esclavitud moderna en 2021, la casi totalidad en el campo del interior de Brasil.

“Muchas patronas exigieron que sus empleadas quedaran en el trabajo todo el tiempo”, por temer que ellas trajeran el coronavirus en las idas y venidas a sus casas. “Las jornaleras que no podían aceptarlo, perdimos el empleo”, lamentó sobre el caso de las empleadas externas y por días.

La pandemia creó así condiciones para un retroceso al trabajo sin límites horarios, sin tiempo libre, y a mayor violación de los derechos laborales, siempre poco respetados en el trabajo en dentro de los hogares.

El mercado del trabajo doméstico cambió desde los años 80. Desaparecieron las empleadas internas, que dormían en las casas de los patrones, con jornadas ilimitadas, y las contratadas con exclusividad y salarios mensuales.

Se multiplicaron las empleadas externas y por días, llamadas localmente jornaleras, más autónomas, en un proceso que acompañó los avances de la sociedad, con nuevas tecnologías y nuevos hábitos, como la comida fuera del hogar con más frecuencia, observó Melo. Las viviendas se achicaron y perdieron el “cuarto de la empleada”, acotó en su entrevista con IPS en esta ciudad carioca.

Trabajadoras domésticas de Paraíba, un estado de la región del Nordeste de Brasil, en una actividad promovida por su sindicato para reivindicar sus derechos y demandar el cumplimiento de las leyes que regulan su actividad en el país. Foto: STDP

Femenino e informal

Pero la informalidad predomina. Cerca de 70 % de las trabajadoras domésticas no tienen contrato de trabajo. En consecuencia no cuentan con los derechos legales y se someten al arbitrio patronal, lo que facilitó los despidos durante la pandemia.

La vulnerabilidad aumenta por el hecho de la composición del sector: 92 % son mujeres y 66 %  mujeres negras,  según datos del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística de 2019, el año previo a estallar la pandemia de covid.

Los sindicatos adoptaron el femenino de trabajadoras en sus nombres, por esa realidad de una mayoría tan abrumadora.

Santos, pese a presidir el sindicato, quedó sin trabajo regular como jornalera durante toda la pandemia, así como “más de la mitad de las trabajadoras domésticas de Paraíba”, estima.

Sobrevivencia

El trabajo sindical es voluntario. Solo ofrece algún ingreso como per diem de algunos proyectos patrocinados, en general para capacitación de las trabajadoras, pero “últimamente ni eso aparece”, lamentó la sindicalista de 64 años, seis nietros y un bisnieto.

En estos dos años de pandemia sobrevivió con canastas básicas de alimentos de donaciones solidarias y del auxilio de emergencia que el gobierno concedió a los más pobres, de 600 reales (cerca de 115 dólares) en 2020, reducida a la mitad y a solo algunos meses en 2021.

“Lo recibí tras mucha lucha, con apoyo del Ministerio Público (fiscalía), porque en mi catastro yo constaba como concejal, aunque fui candidata no elegida”, contó Santos.

Su decisión de aceptar la presidencia del sindicato la atribuye a “la vocación”. “Soy hija de una trabajadora doméstica, sufrí mucho al ver mi madre trabajar duro por restos de comida, alguna ropa o zapatos”, recordó.

Al hacerse líder sindicalista con 52 años, decidió reanudar los estudios y completar la enseñanza básica. Convivir con colegas adolescentes en la primaria fue “un gran sufrimiento” ante el rechazo a la “vieja”, especialmente las tareas en grupos, relató.

La secundaria la realizó en un curso de enseñanza para adultos, donde todo marchó bien. Pero no logró entrar a la universidad, donde le gustaría graduarse en servicio social. Esa inclinación la canaliza por lo menos en parte en su labor sindical.

Durante la pandemia el sindicato hizo una campaña permanente para recaudar alimentos y ayuda a las afiliadas sin trabajo. “Beneficiamos a más de 400 familias” en la sede de João Pessoa y la subsede en Campina Grande, resumió.

La pandemia obligó Roseli Nascimento a sustituir la carne vacuna por pollo, huevos y legumbres. Trabajadora doméstica por jornadas en Río de Janeiro, perdió cuatro de los cinco días en que laboraba semanalmente en 2020 y solo los recuperó a mediados de 2021, cuando la vacunación anticovid-19 aseguró protección a sus patrones. Foto: Cortesía de Nascimento

Derechos

Pero su principal anhelo es “combatir la discriminación y hacer que la sociedad reconozca el valor del trabajo doméstico”. Señala que casi diariamente recibe quejas de maltratos y otros conflictos de sus colegas. Para eso cuenta con la ayuda voluntaria de una abogada desde 2019.

Ejemplifica con el caso de “una empleada que buscó el sindicato deshecha, en llantos”, ante la acusación de haber robado cien reales (19 dólares) de los patrones. La salvó una llamada telefónica de un hijo de la familia, que confesó, estando lejos de viaje, el haber tomado el dinero sin avisar los padres.

La marginación que sufren las domésticas en Paraíba es probablemente más fuerte que en otros estados porque en ese estado “90 % de ellas son mujeres negras”. “Soy negra, pobre e hija de una doméstica, pero como tengo una voz activa, no me trago sapos, decidí usar mi voz para un bien colectivo”, concluyó.

Suerte mejor que Santos tuvo Roseli Gomes do Nascimento, de 60 años y residente en Rocinha, una de las grandes y famosas favelas de Río de Janeiro. También jornalera que hace todo en el hogar, de los cinco días que trabajaba en la semana, perdió cuatro al inicio de la pandemia.

Solo a mediados del año siguiente logró volver a trabajar los cinco días semanales, cuando la vacunación ya protegía buena parte de los brasileños contra la covid. Solo un patrón solidario la mantuvo siempre en funciones e incluso le pagó su día durante tres meses en que, por seguridad sanitaria, dispensó su trabajo.

Ese pequeño ingreso y los 115 dólares mensuales del auxilio de emergencia del gobierno durante un trimestre de 2020 y una cuarta durante nueve meses del año siguiente, alcanzaron para sobrevivir. Vive sola, ya que sus dos hijas ya son independientes, pero posee seis gatos. “Y fueron nueve, doné tres”, dijo a IPS.

Reducción drástica del consumo de carne vacuna, a veces sustituida por pollo y huevos, más baratos, y una alimentación con más frutas y legumbres, además de recortes en los paseos, la ayudaron a vivir con el presupuesto reducido, con la ventaja de adelgazar “unos ocho kilos, sin un régimen alimentario”.

Legisladores y sindicalistas celebran en Brasil, el 2 de abril de 2014, el primer aniversario de la enmienda constitucional que establece los derechos de las trabajadoras domésticas en Brasil. Foto: José Cruz/Agência Brasil

Contexto

El trabajo doméstico ocupaba 75,6 millones de trabajadores, es decir 4,5 % de todos los asalariados en el mundo, según informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en 2021.

América Latina concentraba 18 % de esos trabajadores y Brasil 9 %, una proporción muy superior al peso de su población en el planeta, que representaba 7,4 % del total en el caso latinoamericano y 2,7 % en el caso brasileño.

Es decir, la región tiene una mayor proporción de trabajo doméstico remunerado, producto de su historia y de la esclavitud, observó la economista Melo. En Brasil solo 20 % de los 60 millones de familias contratan trabajadoras domésticas, un privilegio de las capas medias-altas y altas.

ED: EG

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