/BOLETIN-DD HH/ ISRAEL-PALESTINA: Pasaje a la intifada

Si ella se hubiera quedado en su Irlanda natal, sus hijos musulmanes no crecerían bajo dominio israelí. Si él se hubiera quedado en Dublín, sus hijos judíos no irían a la escuela en un autobús con escolta y a prueba de balas.

Los dos irlandeses, él casado con una colona judía y ella con un palestino musulmán, sólo pueden imaginar lo diferentes que habrían sido sus respectivas existencias de haberse quedado en Irlanda y no haber emigrado a Medio Oriente.

Menachem Copperman, de 25 años, se siente cómodo en su pequeña sala de estar llena de libros de estudio sobre judaísmo mientras relata lo poco que recuerda de su infancia en Irlanda en los años 70. Asegura que el único museo judío de Dublín tiene su retrato y que fue el primer circuncidado en su sinagoga.

Si bien su familia era muy religiosa, la convivencia con sus vecinos laicos era buena. Sin embargo, cuando Copperman era un niño, su padre decidió trasladarse a la Tierra Prometida.

Veintidós años más tarde, Copperman vive con su esposa y dos hijos en la colonia judía de Beit El, en la periferia de la ciudad de Ramallah, en Cisjordania, controlada por la Autoridad Nacional Palestina.

La colonia se encuentra en la cima de una colina y Copperman está protegido del área palestina circundante por una base militar israelí y severas medidas de seguridad.

Ann Daly, de 39 años, está sólo a 30 minutos de auto de la casa de Copperman, pero vive en un mundo diferente. La enfermera dejó Irlanda en 1985 para ofrecer sus servicios como voluntaria en Tierra Santa y conoció a su futuro marido en su primera semana de trabajo en el hospital San José, de Jerusalén Oriental.

Quince años y seis hijos después, Daly vive con su marido en el vecindario de Ras Al Amud, en Jerusalén oriental, ocupado por los israelíes.

Ese lugar es vulnerable a los grupos de colonos judíos radicales que gozan de apoyo popular en su intento de adueñarse de la mayor cantidad posible de inmuebles palestinos.

Las relaciones entre árabes y judíos nunca fueron tan tensas como en las últimas 12 semanas de choques violentos entre israelíes y palestinos mientras el saldo de muertos, en su gran mayoría palestinos, aumenta sin control.

"Esta continua violencia hace la vida muy difícil. No sólo nuestros hijos deben ir a la escuela en autobuses blindados, sino que yo debo conducir un auto con cristales a prueba de pedradas para protegerme de la ira de los palestinos", dijo Copperman.

"No es justa la forma en que vivimos. Yo quisiera poder viajar a todas partes como lo hacía antes", se lamentó, recordando épocas pasadas cuando él y su esposa iban de compras a la población palestina de Ramallah.

Todo cambió en 1987. Los palestinos que vivieron durante años bajo el rigor de la ocupación israelí con expropiaciones de tierras, arrestos, encarcelamientos, torturas y demoliciones de viviendas, no soportaron más. Ese año comenzó la Intifada, el primer alzamiento palestino.

El segundo levantamiento, que comenzó el 29 de septiembre último, es otra reacción explosiva a la vida que los palestinos han llevado desde entonces. Como Copperman, también Daly vive en constante temor y ansiedad, pero ella le teme a los israelíes.

Parada sobre la terraza del edificio donde vive, en la zona árabe de Jerusalén oriental, Daly señala el cercano asentamiento israelí que está creciendo a su alrededor. La espanta el día que los israelíes ocupen esos apartamentos y, además, teme por la seguridad de su esposo y sus hijos.

La sospecha y la rabia corroen a muchos judíos y palestinos en esta última Intifada. La situación ha llegado a tal punto que Daly teme aventurarse junto a su marido palestino por zonas judías, como el popular mercado israelí en Jerusalén occidental.

"No me siento cómoda allí, sobre todo estando con mi marido. Si algo ocurriera, como el estallido de una bomba o alguien resultara muerto, podría verse atacado inmediatamente por los judíos", dijo.

Según Copperman, árabes y judíos deberían ser capaces de convivir. Negó que los palestinos sufrieran de algún impedimento en su libertad de movimientos, pese a las disposiciones discriminatorias aplicadas sólo a los palestinos.

"No pienso que los estemos invadiendo (a los palestinos). Nuestro destino es vivir juntos. De cualquier manera, cinco millones de judíos no se van a marchar", opinó.

Daly discrepó con Copperman. "¿Es libertad de movimiento cuando un soldado de 20 años hace arrodillar o echarse en el suelo a mi marido, en un puesto de control en la calle, mientras examina su documento de identidad?", preguntó.

"¿Acaso los palestinos pueden ir a rezar libremente a la mezquita los viernes en Jerusalén sin ser detenidos por soldados israelíes? Ninguna nación puede tolerar ser ocupada por otra, y los palestinos tienen todo el derecho de resistir esa ocupación", afirmó.

"En el pasado, los judíos no eran bienvenidos en ninguna parte. Ser tratados como lo somos hoy aquí no es una novedad. Esta es nuestra tierra natal, pertenecemos aquí", dijo Copperman, abrazando a su hijita dormida, Ateret, de tres años.

Los enfrentamientos entre palestinos e israelíes causaron 300 muertos. Miles de palestinos perdieron sus empleos debido a la dependencia palestina de Israel.

Mientras Israel aumenta el bloqueo en Gaza y las poblaciones de Cisjordania, la mayor parte del comercio se ha paralizado, evitando que suministros, materias primas y mano de obra llegue a su destino.

Daly no puede permanecer pasiva y ver sufrir a la gente. "La pobreza sólo trae más rebelión y problemas", dijo la enfermera irlandesa que dedica parte de su tiempo a obtener ayuda económica de Irlanda para los palestinos que la necesiten.

Daly tiene poca paciencia para los colonos judíos que se quejan de su situación. "La diferencia entre los colonos judíos y los palestinos es que los israelíes pueden elegir, pueden cambiar la situación. Los palestinos no pueden cambiar el hecho de ser ocupados", afirmó. (FIN/IPS/tra-en/vq/sm/ego/aq/hd ip/00

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