Tener en la mesa del comedor un recipiente de siete litros con un filtro que purifica el agua captada de la lluvia, y abrir una valvulita para llenar una taza y saciar la sed, es como una revolución para el campesino salvadoreño Víctor de León.
Por si fuera poco, contar con un estanque cavado en la tierra, un reservorio del agua de lluvia captada para asegurar que el ganado sobreviva en los períodos de sequía, también es un hecho sin precedentes en La Colmena, un caserío de este municipio rural de Candelaria de la Frontera, en el occidental departamento de Santa Ana.
“Toda nuestra vida hemos pasado yendo a los ríos o a los nacimientos para conseguir agua, y ahora es una gran cosa tenerla siempre al alcance de la mano”, contó De León a IPS, de 63 años, mientras llevaba zacate (forraje) a una de sus terneras.
Este campesino se dedica al cultivo de granos básicos y a la producción de leche, con sus 13 vacas.[pullquote]3[/pullquote]
Esta región de El Salvador, localizada en el llamado Corredor Seco de América Central, ha sufrido por años los efectos del clima extremo: sequías y exceso de lluvias que han echado a perder varias veces los cultivos de maíz y frijol, los dos rubros agrícolas principales del país y básicos en la dieta local.
Igualmente ha escaseado el agua para beber y para abrevar al ganado.
Pero ahora las 13 familias de La Colmena y otras en el municipio de Metapán, también en Santa Ana, se están adaptando al cambio climático.
Han aprendido el manejo sostenible del recurso hídrico y de los suelos, gracias a un proyecto que ha sumado los esfuerzos de la cooperación internacional, el gobierno, las municipalidades involucradas y de las mismas comunidades.
El proyecto, con un monto de 7,9 millones de dólares, es financiado por el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (GEF, en inglés) y ejecutado por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), con el apoyo de varios ministerios y de las alcaldías.
Compartiendo experiencias
El trabajo en las localidades involucradas, iniciado en septiembre de 2014, ya está dando resultados positivos, y ello motivó la visita, en mayo, de un grupo de 13 agricultores brasileños, seis mujeres, que también viven en una región con escasez de agua.
El objetivo fue intercambiar experiencias y conocer cómo sus pares salvadoreños lidian con las sequías y las afectaciones climáticas en los cultivos.
“Fue muy interesante saber lo que están haciendo ellos allá, cómo enfrentan la escasez de agua, y nosotros les contamos lo que hacemos aquí”, dijo a IPS el campesino salvadoreño Pedro Ramos, de 36 años.
La visita fue organizada por la Articulación del Semiárido Brasileño (ASA), una red de 3.000 productores y organizaciones sociales de esa ecorregión del Nordeste de Brasil, la región más seca del país. Ahora, seis campesinos salvadoreños viajarán a ver aquella realidad entre el 26 y el 30 de junio.
“Los brasileños nos contaron que hubo un año en que lo que llovió fue apenas lo que las familias del área consumían en un día, prácticamente nada”, continuó Ramos.
La delegación brasileña conoció el proyecto que la FAO ejecuta en la zona, y visitó iniciativas similares en el municipio de Chiquimula, en el departamento del mismo nombre, en el este de la vecina Guatemala.
“Estos productores brasileños tienen mucha experiencia en el tema, están muy organizados, el motto de ellos no es combatir la sequía sino aprender a convivir con ella”, señaló Vera Boerger, oficial de Tierras y Aguas de la Oficina Subregional de la FAO para Mesoamérica.
Los brasileños, añadió en entrevista con IPS desde Ciudad de Panamá, viven en condiciones más complicadas que los centroamericanos: en el Corredor Seco llueve de entre 600 a 1.000 milímetros al año, mientras que en la ecorregión del Semiárido, de 300 a 600 milímetros, “cuando tiene ganas de llover”.
En La Colmena la vida ha sido y es precaria, sin acceso a la electricidad y al suministro de agua por tubería, entre otras carencias.
Según cifras oficiales, el abastecimiento en El Salvador de agua por tubería en 2017 fue de 95,5 por ciento en el área urbana y de 76,5 por ciento en la rural. La pobreza en las ciudades alcanza a 33 por ciento, mientras que en el campo trepa a 53,3 por ciento, en un país de 7,4 millones de habitantes.
Son unos estanques rectangulares cavados en la tierra, de 2,5 metros de profundidad, 20 metros de largo y 14 de ancho, cubiertos por una membrana de polietileno que evita la filtración y retiene el líquido. Su capacidad es de 500.000 litros.
En el caserío apenas comenzaron a llenarse, constató IPS, pues la estación lluviosa, de mayo a octubre, recién comenzó. En principio el agua será destinada para el ganado vacuno y para pequeños huertos.
Ofelia Chávez, de 63 años, se dedica a la ganadería en sus 11,5 hectáreas de terreno. Con 19 vacas y terneras, es una de las principales beneficiadas con el reservorio instalado en su propiedad, aunque el agua la comparta con la comunidad.
“Con el ganado bajaba al río, y era cansado y me preocupaba en verano cuando el agua escaseaba”, narró a IPS, a la orilla del otro estanque, en la finca de De León, junto a varios vecinos que observaban, entusiasmados, cómo sube su nivel cada día, a medida que llueve.
“Nos dicen los expertos que incluso podremos cultivar tilapias aquí”, agregó Ramos sobre la posibilidad de mejorar el ingreso de la comunidad con la piscicultura.[related_articles]
Añadió que los brasileños les contaron que los reservorios en su país los construyen con placas de cemento, en lugar de membranas de polietileno. Pero cree que en El Salvador ese sistema probablemente no funcione porque el suelo es quebradizo y el cemento terminaría agrietándose.
“Es posible hacer (ese diseño de membrana) en algunas localidades del Semiárido, se puede experimentar acá”, aseguró por su parte uno de los brasileños que visitaron el país, Raimundo Nonado Patricio, de 54 años, quien vive en un asentamiento rural en Tururu, un municipio del estado de Ceará.
Para los productores del Corredor Seco, dijo a IPS en una entrevista telefónica desde Río de Janeiro, una experiencia útil “es nuestra diversidad de siembras y los sistemas de captación del agua de lluvia”.
En los dos países centroamericanos visitados, la producción se concentra “en dos o tres cultivos, principalmente maíz”, dijo, mientras en el Semiárido, se siembran decenas de hortalizas, frutas y granos, y se crían varias especies de animales, aun teniendo poca tierra.
En total, el proyecto salvadoreño financiado por el GEF construyó ocho reservorios, de similar capacidad.
Cada familia beneficiada recibió también dos tanques para captar lluvia, fabricados con resina de polietileno, con capacidad de 5.000 litros, así que pueden almacenar hasta 10.000 litros. Una vez purificada con el filtro provisto, el agua es apta para el consumo humano.
“Mi esposa me dice que ahora ve la diferencia, nos sentimos agradecidos, porque antes teníamos que caminar más de una hora por veredas y cerros a un manantial”, contó Daniel Santos, de 37 años, también productor de granos.
Además, en las comunidades beneficiadas se levantaron barreras vivas, con pasto, y muertas, con piedras, en las tierras inclinadas, para evitar la erosión y lograr la infiltración del agua, un esfuerzo encaminado a preservar el recurso hídrico.
Se entregaron también 300.000 árboles frutales y forestales, así como semillas para el cultivo de pasto, a fin de incrementar la cobertura vegetal.
María de Fátima Santos, de 29 años, residente en una comunidad rural de Fátima, en el estado de Bahia, dijo a IPS que de las experiencias que conoció en El Salvador y Guatemala, la que más aprovechable es “el uso del filtro de agua para beber, que es común, similar al de Brasil, pero poco valorado acá”.
Por su parte, sus pares centroamericanos, consideró, podrían adoptar el “huerto económico”, para el que se abre un gran hueco en la tierra, se coloca una lona o tela de plástico, se la cubre con la tierra removida y después unos tubos agujereados y también soterrados la proveen de irrigación por goteo subterráneo.
Con el aporte de Mario Osava desde Río de Janeiro
Edición: Estrella Gutiérrez