Las mujeres rurales costarricenses piensan en árboles

Olga Vargas, ante parte del vivero con que la Asociación de Mujeres de Quebrada Grande de Pital comenzó a revitalizar su negocio sostenible, que tiene como prioridad la reforestación. Crédito: Diego Arguedas Ortiz/IPS

Olga Vargas tiene 57 años, acaba de superar un cáncer de mama y está de regreso en el campo, haciendo retoñar un programa forestal en el norte de Costa Rica con el que un grupo de mujeres buscan mitigar el efecto del cambio climático y, al mismo tiempo, tomar control de sus vidas. 

Su enfermedad y una disputa comunitaria sobre su anterior terreno, cedido por el Instituto de Desarrollo Agrícola, donde habían plantado 12.000 árboles, frenaron desde 2012 el proyecto de reforestación y educación ambiental en Pital, en el distrito de de San Carlos, en las llanuras norteñas. Pero el grupo ha comenzado de nuevo.

“Después del cáncer siento que Dios me dio una segunda oportunidad, para continuar con el proyecto y ayudar a mis compañeras”, contó Vargas a IPS en la reserva forestal de Quebrada Grande, que su grupo ayuda a mantener. Tiene cuatro hijos, dos mujeres que participan en el grupo, seis nietos y un marido que la ha apoyado siempre, destacó con orgullo.

Desde el año 2000, la Asociación de Mujeres de Quebrada Grande de Pital, que preside Vargas y que integran 14 mujeres de varias edades, reforestó el terreno cedido, montó cursos de protección ambiental y estanques de tilapia para su pesca sustentable, además de otras iniciativas de turismo rural y agricultura orgánica, siempre con los árboles como prioridad.

Un grupo de hombres del lugar que siempre adversaron la cesión del terreno a las mujeres,  exigió que las instalaciones y los negocios pasaran a la comunidad.  En contrapartida recibieron otro terreno, de menos de una hectárea, pero que sí está a nombre de la Asociación, mientras sus anteriores instalaciones casi se abandonaron.

“Aprendí la importancia del manejo forestal en un encuentro al que asistí en Guatemala. Después varias de nosotras hemos viajado también a Panamá, El Salvador y Argentina, para conocer iniciativas similares e intercambiar experiencias”, explicó Vargas, quien antes de dedicarse a los árboles era contadora privada en Pital, a 135 kilómetros al norte de San José.

Lo máximo que ha ganado la asociación fueron 14.000 dólares un año. “Puede ser que 50.000 colones (100 dólares) parezca poco, pero para nosotras, mujeres rurales que dependíamos del ingreso del esposo para comprar lo más doméstico o ir a una consulta médica, es mucho”, razonó Vargas.

El grupo de Pital, con mujeres que van de los 18 a los 67 años, no está solo. Desde hace más de una década empezaron a surgir orgánicamente grupos de mujeres costarricenses que promueven soluciones contra la deforestación de las comunidades rurales.

Tomaron la batuta y comenzaron a sembrar árboles en fincas agrícolas y a crear programas de viveros que administran ellas mismas, como respuesta a la falta de acción de las autoridades de sus municipios ante la deforestación por el cambio en los usos del suelo.

“El cambio climático afectó muchísimo la producción agrícola. Hay que ver los calores que hay, y los ríos dan lástima. Hace como tres o cuatro años los ríos tenían un caudal excelente y ahorita es como la tercera o cuarta parte del agua”, apuntó Vargas.

En Quebrada Grande, el Instituto de Desarrollo Agrario destinó a la conservación forestal 119 hectáreas, que la asociación de mujeres cuida desde hace una década. Crédito: Diego Arguedas Ortiz/IPS
En Quebrada Grande, el Instituto de Desarrollo Agrario destinó a la conservación forestal 119 hectáreas, que la asociación de mujeres cuida desde hace una década. Crédito: Diego Arguedas Ortiz/IPS

En San Ramón de Turrialba,  a 65 kilómetros al este de San José, seis mujeres manejan un vivero que producen cada año unos 20.000 árboles.

Desde 2007, este Grupo de Mujeres Agroindustriales de San Ramón mantiene un contrato con el Instituto Costarricense de Electricidad para proveerles retoños de acacia, cedro amargo y eucalipto. Su coordinadora, Nuria Céspedes, explicó a IPS que el grupo nació cuando le pidió a su marido un pedazo de la finca familiar para montar el vivero.

“Hace siete años, fui a unas reuniones de corredores biológicos y me llamó la atención lo de la deforestación, porque a una le dicen que el cambio climático se ha agravado por la deforestación”, explicó Céspedes, que cuenta con el activo apoyo de su marido y cuyo grupo amplió su cartera de clientes.

Los bosques son uno de los elementos distintivos que hacen a Costa Rica resaltar a nivel internacional, por ser uno de los pocos países del mundo que  revertió su alta tasa de deforestación.

En 1987, su punto más bajo, el país tenía solo 21 por ciento de su territorio cubierto por bosques, frente a 75 por ciento en 1940. Fue entonces cuando comenzó un agresivo programa de reforestación, gracias al cual en 2012 los bosques cubrían 52,3 del territorio.

Ellos son, además, su carta de presentación contra el cambio climático, al punto que esperan que la mitigación de emisiones por captura de carbono en bosques cubra 75 por ciento de la meta de carbono neutralidad para el 2021. [related_articles]

En el modelo forestal de este país de 4,4 millones de habitantes, las mujeres encontraron un nicho de acción que les ayuda, además, a contrarrestar situaciones como los patrones culturales patriarcales y la concentración de la tierra en manos masculinas.

“Uno de los puntos fuertes (de la participación de las mujeres) es el tener acceso a educación, les ha dado la posibilidad de participar en talleres y capacitaciones”, aseguró a IPS el responsable técnico de la Asociación Coordinadora Indígena y Campesina de Agroforestería Comunitaria Centroamericana, Arturo Ureña.

Eso sucedió con la Asociación de Pital. Cuando empezaron su proyecto, recibieron cursos del Instituto Nacional de Aprendizaje e incluso, como dos de ellas son analfabetas, realizaron sus pruebas finales de manera oral.

De la mano de estas iniciativas comunales, vienen las del gobierno. En programas estatales de fomento a la producción agroforestal, como el EcoMercado  del Fondo Nacional de Financiamiento Forestal (Fonafifo), cada vez se incorporan más mujeres.

EcoMercado es parte del Programa de Servicios Ambientales  de Fonafifo, uno de los pilares costarricenses para la fijación de carbono.

Desde su implementación a mediados de los años 90, se sometieron al modelo forestal 770.000 hectáreas, de los 5,1 millones del país, con iniciativas que van de la reforestación a proyectos agroforestales.

Lucrecia Guillén, jefa del Departamento de Gestión de Servicios Ambientales de Fonafifo y quien lleva las estadísticas del Fondo, ratificó a IPS la creciente presencia femenina en los proyectos de reforestación.

Destacó que en el caso de EcoMercado el incremento entre 2009 y 2013 fue de 185 por ciento, lo que se tradujo en que las propietarias de fincas pasaron de 474 a 877, aunque matizó que la tenencia de la tierra y la industria agroforestal todavía está dominada por hombres.

Datos de Fonafifo señalan que en el proyecto EcoMercado solo 16 por ciento de las fincas son de propiedad femenina, mientras 37 por ciento están en manos de varones y 47 por ciento son de sociedades anónimas, con predominio masculino al frente.

Pero Guillén no ve razones para el desaliento. “Las mujeres estamos más informadas ahora y eso ha mejorado la participación” y seguirá haciéndolo, subrayó.

 

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