Desigualdad tenaz en el granero latinoamericano

El economista argentino Raúl Benítez señala la persistente desigualdad latinoamericana. Crédito: FAO/Giulio Napolitano

A juzgar por los reconocimientos que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) acaba de entregar a 11 países latinoamericanos y caribeños, es fácil concluir que la región dio un paso de gigante hacia la erradicación del hambre.

Es el rostro benigno de América Latina, junto con el crecimiento económico que experimentan muchos de sus países.

Pero una mirada más exhaustiva del panorama alimentario y agrícola revela otra cara, la de la desigualdad, marcada por la creciente influencia del oligopolio agropecuario industrial.

El economista argentino Raúl Benítez, director la oficina de la FAO para América Latina y el Caribe, recuerda que «si bien nuestro continente ha dado pasos enormes contra el hambre, es también el más desigual del mundo».

«De los casi 900 millones de personas que padecen hambre en el mundo, 50 millones son latinoamericanos o caribeños»,  dice Benítez a TerraViva durante la 38a sesión de la conferencia bienal de la FAO, que se desarrolla en Roma desde el 15 hasta el 22 de este mes.[related_articles]

Y el hambre aparece en lugares como Argentina, cuya población fue durante buena parte del siglo XX una de las mejor alimentadas del mundo.

«Hoy día abundan en Argentina niñas y niños que padecen la desnutrición de la soja», se queja Silvia Ribeiro, directora para América Latina del no gubernamental Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración (ETC), en referencia al cultivo estrella de las exportaciones de ese país sudamericano.

«Desde hace más 20 años, con el apoyo de todos los gobiernos nacionales, Argentina ha permitido la expansión masiva de la soja en la agricultura del país, desplazando la ganadería y otros cultivos, y transformando también la dieta cotidiana de la población», dijo Ribeiro, cuya organización monitorea el impacto de tecnologías emergentes y corporaciones sobre la biodiversidad, la agricultura y los derechos humanos.

Hoy día, «los argentinos pobres no beben leche vacuna, si no leche de soja, y no comen más carne, la sustituyen con soja, una dieta monótona que provoca desnutrición», aseveró.

Según Ribeiro, también presente en la conferencia en Roma, el reconocimiento de la FAO a países latinoamericanos por sus logros contra el hambre «se basa en un análisis parcial y engañoso».[pullquote]3[/pullquote]

«Es como si la FAO solo viera el producto interno bruto, donde se refleja sí una mayor producción agrícola, pero ignorara que esa mayor producción es excluyente socialmente, ecológicamente insostenible y beneficia en exclusiva a las grandes multinacionales que producen para exportar», sentencia.

Benítez replica que «la FAO solo puede llamar la atención a tales fenómenos y proponer medidas; los Estados son soberanos y ellos pueden o no adoptar políticas acordes con nuestras propuestas».

Ribeiro también llamó la atención sobre la expansión de la agricultura genéticamente modificada. «El caso más grave es el del maíz mexicano, pues el gobierno ha liberado el cultivo de granos modificados en beneficio de varias compañías, como Monsanto y DuPont Pioneer», dice la activista.

El maíz es componente esencial de la dieta de la población mesoamericana, desde México hasta Costa Rica. Además, México «es el origen geográfico mundial» de este grano. En ese país, «el maíz es más que alimento, es pilar esencial de la identidad nacional y de la tradición», agrega.

Países en situaciones similares, como China con la soja, y regiones del sudeste asiático con el arroz, prohíben el cultivo de variedades transgénicas para salvaguardar su patrimonio biológico, apunta Ribeiro. «Algo similar debería hacer México con el maíz».

Por otro lado, investigaciones indican que el maíz transgénico puede ser nocivo para la salud. «Un equipo de científicos franceses ha mostrado que el maíz transgénico causó cáncer en ratas», dice Ribeiro.

«Otro, en poder de la agencia europea sobre seguridad en alimentos, muestra que la mayoría de los cultivos aprobados en Estados Unidos (54 de 86) contienen partes de un virus que no fueron reconocidas al aprobarlos y que pueden tener efectos negativos en plantas, animales y humanos», asevera.

«En la FAO estamos conscientes de que el acaparamiento de tierra y los grandes complejos agrícolas pueden provocar exclusión social y ser insostenibles ecológicamente», abunda Benítez. «Los gobiernos tienen que ponderar los beneficios a corto plazo con los costos a largo plazo, que pueden ser mucho mayores, y decidir en consecuencia».

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