Manglares al rescate de Papúa Nueva Guinea

El aumento del nivel del mar en este pequeño estado insular del sudoeste del océano Pacífico es de unos siete milímetros por año, el doble del promedio mundial, que oscila entre 2,8 y 3,6 milímetros.

El uso que la población nativa hace de los manglares encabeza ahora los planes locales y nacionales para frenar la destrucción de tierras causada por las inundaciones y la erosión costera.

A medida que el recalentamiento planetario derrite hielos y glaciares, los pequeños estados insulares son los primeros amenazados por la expansión térmica de los océanos.

El Programa de Ciencias del Cambio Climático del Pacífico pronostica que, en un escenario de grandes emisiones de gases de efecto invernadero, el mar en Papúa Nueva Guinea elevarse entre cuatro y 15 centímetros para 2030.

El gobierno sostiene que las inundaciones y el paludismo son los dos efectos del cambio climático que se espera causen mayores daños.
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En los últimos 15 años, las inundaciones costeras afectaron anualmente a 8.000 personas, y podrían impactar a 65.000 en los próximos 18 años.

Según expertos, el costo de los daños podría pasar de 20 millones de dólares por año a entre 90 y 100 millones para 2030, pero las medidas de adaptación pueden reducir entre 65 y 85 por ciento esas pérdidas.

La adaptación climática no es un concepto nuevo para quienes por varias generaciones vivieron en la franja costera de esta nación.

En las orientales provincias de Milne Bay y Oro, los pueblos maisin, are, doga y dima, de la bahía de Collingwood, poseen conocimientos tradicionales sobre la importancia de los bosques de mangle para conservar los ecosistemas costeros.

Las raíces y troncos sumergidos de los mangles, que crecen en aguas salobres en las zonas intermareales, bordeando ríos y entre la tierra y el océano de regiones tropicales, consolidan los sedimentos, fortalecen las franjas costeras y las protegen de las mareas, las inundaciones y la erosión.

Según Mama Graun, un fondo local de conservación, 30 de las 42 especies de mangle que se encuentran en Papúa Nueva Guinea crecen a lo largo de 157,8 kilómetros de la costa de la bahía de Collingwood.

Este sistema de árboles tropicales es crucial para la vida sostenible de las aldeas. Aporta madera para construir viviendas, leña para cocinar y productos medicinales tradicionales, mientras en sus pantanos hay alimentos marinos, como peces, ostras y cangrejos.

Los científicos temen que la degradación y pérdida de la mitad de los bosques de mangle del mundo en los últimos 50 años podría contribuir con 10 por ciento de las emisiones invernadero procedentes de la deforestación y agravar la fragilidad de las áreas costeras.

El ciclón Guba, que arrasó la región en 2007, causó daños ambientales permanentes de los que muchas comunidades todavía no se han recuperado, recordó Jane Mogina, ex vicedecana de la Escuela de Ciencias Naturales y Físicas en la Universidad de Papúa Nueva Guinea.

"En la bahía de Collingwood hay grandes llanuras donde la gente cultiva huertas; muchas de ellas fueron inundadas y arrastradas por las aguas. Creemos que algunas pequeñas islas de mangles fueron literalmente atropelladas", dijo Mogina, directora ejecutiva de Mama Graun, que se dedica a capacitar y a brindar financiamiento a proyectos de mitigación y adaptación al cambio climático.

"Lo que hizo el ciclón fue debilitar el ecosistema. Así que cualquier marea alta seguirá arrasando un sistema ya débil", continuó.

En Bogaboga, una aldea de 500 habitantes en el sur de la bahía de Collingwood, un mar cada vez más agresivo, combinado con los efectos de la sequía de 1997, erosionó la costa, salinizó las aguas de manantiales y destruyó cultivos.

Ahora la población enfrenta falta de alimentos y más casos de paludismo y diarrea. En el norte de la bahía, la aldea de Uiaku, con 780 habitantes, tiene una gran diversidad de cultivos, pero la infraestructura y las huertas fueron dañadas por las intensas inundaciones. Ahora la comunidad tiene planes de contingencia para migrar hacia zonas más alejadas de la costa.

La degradación de los manglares, de los que se extrae leña y materiales de construcción, ha vuelto cada vez más vulnerable al ecosistema costero, explicó Mogina.

"Al aumentar la población, hay más personas que necesitan vivienda y 90 por ciento de las casas de la bahía de Collingwood se edifican con madera de mangle", agregó.

En 2009, tras preguntar a las comunidades cómo empleaban el conocimiento tradicional para combatir el cambio climático, Mama Graun empezó a trazar un mapa de los recursos de la zona.

"Cuando vimos cómo usaban las comunidades los recursos locales, los mangles surgieron como uno de los servicios más importantes de los ecosistemas, especialmente en las poblaciones rurales que no reciben demasiada ayuda del gobierno o del exterior, en particular luego de desastres", dijo Mogina.

Otras estrategias de adaptación local incluyen la construcción de espigones, sistemas de drenaje y casas en palafitos, así como crear barreras de arena y cáscaras de coco. "Cultivar y fortalecer los mangles no frena el aumento del nivel del mar, pero sí detiene la erosión. Las comunidades que utilizan los manglares como barrera ante el mar sufren muchos menos impactos de tormentas y ciclones", dijo Mogina.

En 2011, Mama Graun planificó la siembra y rehabilitación de bosques de mangle a lo largo de 47 kilómetros de la bahía de Collingwood para los próximos cinco años, en la primera fase de un proyecto que buscará incorporar a 28 aldeas en 206 kilómetros de franja costera.

Al brindar incentivos como capacitación, el costo del proyecto será accesible y las aldeas participantes serán sus dueñas.

"Nosotros damos el financiamiento, para que ellos puedan desarrollar un plan de manejo. La lección más importante es trabajar con las comunidades para desarrollar actividades de adaptación que ellas quieran y que sean las más adecuadas. De esto se trata la conservación comunitaria: uno empodera a la población para que esta asuma la responsabilidad", enfatizó Mogina.

Actualmente, la organización no gubernamental local comparte sus conocimientos con el resto del país a través de la Oficina de Cambio Climático y Desarrollo, y contribuye con una iniciativa para plantar dos millones de mangles en todo el territorio nacional. Esa Oficina "decidió centrarse en los mangles porque consideró que era un método de bajo costo que tendría impacto en una gran cantidad de gente". La iniciativa se complementa con otras acciones de adaptación, entre las que figuran sistemas costeros de alerta temprana, dijo Luanne Losi, analista de políticas de adaptación en esa entidad.

Los programas de la Oficina están pautados por Visión 2050, plan que resume los objetivos del gobierno de Papúa Nueva Guinea para mejorar las medidas de mitigación y adaptación al cambio climático y suministrar sistemad de control meteorológico y de desastres naturales a todas las provincias.

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