Transgénicos argentinos responden al reto climático

Investigadores de Argentina aislaron un gen del girasol y lo implantaron en el maíz, el trigo y la soja para darles mayor tolerancia a la sequía y a la salinidad del suelo, problemas asociados al calentamiento global en esta potencia agrícola sudamericana.

Paisaje típico del noroeste argentino, en Tilcara, provincia de Jujuy Crédito: Juan Moseinco/IPS
Paisaje típico del noroeste argentino, en Tilcara, provincia de Jujuy Crédito: Juan Moseinco/IPS
El hallazgo estuvo a cargo de un equipo liderado por la bióloga molecular Raquel Chan, del Instituto de Agrobiotecnología del Litoral, creado por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y la estatal Universidad Nacional del Litoral, en la nororiental provincia de Santa Fe.

Los científicos aislaron uno de los 50.000 genes de la estructura del girasol, el HAHB4, que ayuda a esa planta a resistir la escasez de agua, y lo introdujeron en especies de trigo, maíz y soja. Las pruebas en terreno insumieron tres años en regiones de climas y suelos diferentes de este país.

Según Chan, la característica genética introducida en laboratorio puede combinarse con otras, como la resistencia a herbicidas que ya poseen varios cultivos transgénicos.

Hay además otras aristas positivas. "No solo las plantas mejoradas resistieron la sequía y la salinidad, sino que aumentaron significativamente su productividad", la característica más novedosa del descubrimiento, dijo Chan a Tierramérica.
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El mayor rendimiento varía entre 15 y 100 por ciento, según la calidad del cultivo, la región donde se siembre y las condiciones climáticas, pero en ningún caso decayó.

Hasta ahora, no hay en el mercado semillas resistentes a la sequía, explicó Chan. Pero la literatura científica registra especies mejoradas para tolerar mayor estrés hídrico.

Sin embargo, en los ensayos publicados por instituciones científicas, esas variedades pierden productividad ante la ocurrencia de lluvia. Resultan eficientes exclusivamente en condiciones de escasez o falta de agua, resumió Chan.

Las nuevas semillas eluden esas "penalidades", señaló. "Las plantas mostraron que aumentan la productividad también en condiciones climáticas normales, con lluvias más frecuentes", remarcó.

El HAHB4, patentado para beneficio de la universidad y el Conicet, fue presentado a fines de febrero, y su uso y explotación fueron cedidos por 20 años a la empresa argentina Bioceres, propiedad de más de 230 productores agropecuarios.

Bioceres se asoció con la estadounidense Arcadia Biosciences para crear Verdeca, la marca con la que se venderán las nuevas semillas en el mercado internacional.

Para ingresar al mercado, las semillas aún deben aprobar una serie de ensayos sobre sus efectos en el ambiente y la nutrición, así como sus grados de toxicidad. El proceso insumirá entre dos y tres años.

El HAHB4 es importante para que la agricultura argentina soporte mejor algunas de las manifestaciones del cambio climático, estimó la destacada científica Graciela Magrin, del Instituto de Clima y Agua.

Por el calentamiento, se prevé "un aumento en la intensidad y frecuencia de eventos extremos como las sequías", dijo Magrin a Tierramérica.

La entidad en la que trabaja forma parte del estatal Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), donde se estudia el impacto de las condiciones climáticas sobre la producción rural y las formas de adaptación.

Los escenarios climáticos para Argentina prevén períodos de fuertes precipitaciones, concentradas en poco tiempo, y lapsos más prolongados de escasez hídrica, dijo Magrin.

En este verano austral la falta de lluvia provocó una merma en la cosecha de granos, que no llegaría a los 100 millones de toneladas –con grandes pérdidas en maíz–, cuando se esperaba una producción de 111 millones de toneladas.

La sequía de 2008-2009, la más severa en 100 años, hizo contraer la producción agrícola en 37 por ciento.

La variabilidad natural y los eventos extremos –déficit o exceso de agua, heladas, tormentas severas, granizo– se han observado en los últimos años con mayor frecuencia e intensidad, indican estudios del INTA.

Además, hay una ocurrencia periódica de falta o exceso de lluvias, asociada a las fases fría (La Niña) y cálida (El Niño) de la Oscilación del Sur, un fenómeno oceánico-atmosférico de escala planetaria.

Los expertos del INTA recomiendan un manejo de cultivos que contemple esos retos y el desarrollo de especies y variedades resilientes.

Magrin advirtió que donde empiece a escasear el agua, el suelo puede volverse más salino, y en este aspecto el HAHB4 también es bienvenido.

De hecho, 75 por ciento de los suelos argentinos son áridos, semiáridos y subhúmedos secos, lo que los hace más proclives a degradarse y, eventualmente, a convertirse en desiertos.

El INTA advierte sobre una creciente desertificación en la austral Patagonia y manifestaciones graves en el sudoeste de la oriental provincia de Buenos Aires.

Pero los suelos áridos no son infértiles. La mitad de las siembras de este país provienen de esos ecosistemas, según la Evaluación de la Degradación de Tierras en Zonas Áridas (LADA, por sus siglas en inglés) en Argentina publicada a fines de 2011. Pero se recomienda un manejo cuidadoso.

Las variedades mejoradas pueden ayudar a que la agricultura se adapte mejor a este escenario. Los ensayos en zonas áridas en las provincias de Chaco, noreste, y San Luis, centro-este, dieron buenos rendimientos, dijo Chan.

Organizaciones ambientalistas no ven las semillas transgénicas con tanto entusiasmo. Para la filial argentina de Greenpeace, podrían motorizar una nueva avanzada de la agricultura sobre los bosques. Este país ya perdió 70 por ciento de sus áreas boscosas originales.

"Si no se adopta una política que prohíba en forma total los desmontes, esta semilla transgénica implicará el fin de los últimos bosques nativos", advirtió en una gacetilla Hernán Giardini, coordinador de la campaña de bosques de la entidad.

Para la directora del equipo investigador, el cuidado de la naturaleza es estimable, pero debe combinarse con una mayor producción de alimentos que el mundo demanda.

"Somos biólogos moleculares y nuestro desafío es producir más en menos hectáreas", dijo Chan. "No nos compete a nosotros decidir hasta dónde se puede extender la siembra de estos cultivos, sino al Estado", aclaró.

Magrin, del INTA, remarcó que el nuevo desarrollo exige "un ordenamiento territorial muy estricto, que defina dónde se puede expandir un cultivo y dónde hay riesgo".

* Este artículo es parte de una serie apoyada por la Alianza Clima y Desarrollo, que no necesariamente comparte su contenido. Publicado originalmente el 10 de marzo por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.

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