BRASIL: Mujeres llevan la paz a las favelas

Es un día de tiroteos en el Morro da Providencia y sólo se puede circular sin mucho peligro en la base del cerro, un espacio cotidiano que en esta ciudad de Brasil intentan pacificar las mujeres de las comunidades pobres, las «favelas».

Mujeres de paz en una favela Crédito: Reato Diniz/Cortesía Programa Nacional de Seguridad con Ciudadanía
Mujeres de paz en una favela Crédito: Reato Diniz/Cortesía Programa Nacional de Seguridad con Ciudadanía
Alessandra da Cunha, es una de las 11.000 "mujeres de paz" reclutadas por el gobierno para el Programa Nacional de Seguridad con Ciudadanía, del Ministerio de Justicia.

El plan busca "desarrollar a través de mujeres líderes en sus comunidades, los valores de la cultura de paz, o sea la solución de problemas comunitarios sin uso de la violencia", explicó Sergio Andrea, secretario ejecutivo de Asistencia Social del gobierno de Río de Janeiro.

Madre soltera, sin apoyo del padre de su hijo, que la abandonó antes del parto, Da Cunha, como las otras mujeres de paz, no es catedrática en violencia. Pero la sufre en todas sus formas como habitante de los barrios marginados de Brasil.

Las favelas son parte consustancial de las ciudades brasileñas. En Río de Janeiro, con 6,1 millones de habitantes, se calcula que 1,5 millones viven en las populosas barriadas que en buena parte se encaraman por diferentes cerros, conocidos como morros.
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En esos barrios, la violencia más evidente es la derivada del narcotráfico y sus exabruptos: la munición pesada entre bandas rivales, las incursiones policiales para combatirla y los abusos cometidos por ambas partes del conflicto.

"A toda hora hay tiroteos, en horario escolar, cuando uno sale a trabajar", relató a IPS Da Cunha, operadora de radio en una cooperativa de taxis.

"En esta guerra entre traficantes y policías, infelizmente los habitantes somos los que sufrimos las consecuencias y eso se refleja en nuestra vida", lamentó.

Impactos evidentes en su hijo de seis años que, cuando comienza la balacera, "tiembla todo". Pero mucho más sutiles durante el crecimiento, como una agresión formadora de una cultura violenta.

"La violencia para ellos se resume en una agresión. La mente viene preparada para recibir contenidos que influyen en su vida, y crecen con la violencia en su cabeza", ilustró Da Cunha.

El proyecto comenzó en comunidades de Río de Janeiro con altos índices de violencia y escogió a la mujer, porque "ella es cada vez más central e importante en la vida de estas comunidades", dijo Andrea.

Mujeres como sostén del hogar, como impulsoras de mejoras comunitarias, como "guardianas" de sus niños y ancianos.

En la práctica, su función es detectar a jóvenes en situación de riesgo y enviarlos a proyectos gubernamentales de calificación profesional.

Para ello reciben cursos de derechos humanos, técnicas de intermediación y nociones de justicia, a cambio de una remuneración equivalente a unos 80 dólares mensuales, por ocho horas de dedicación semanales.

Pero su misión es más ambiciosa, explicó a IPS Rita Lima, coordinadora de calificación profesional. Se trata de crear "una cultura de paz" para reducir los índices de inseguridad a través de la ciudadanía y no de la represión policial.

"La paz en un lugar violento sólo es posible si es construida por sus propios habitantes", dijo.

A diferencia de otros, este proyecto lo ejecutan "mujeres que conocen a todo el mundo, que cambiaron los pañales de los que hoy son jóvenes, que reciben al vecino que le toca la puerta por un problema", tradujo Da Cunha.

Daniela Rocha, también conoce de cerca a esos jóvenes.

Albañil y futbolista en sus ratos libres —un deporte que aprenden muchas niñas de la favela—, los conoce de los partidos comunitarios, donde no duda en tirarse al suelo y bañarse en barro si es necesario.

"Mi sueño es no ver a ninguno de ellos drogándose o robando por las calles", contó, todavía transpirada y jadeante, después de un partido.

OTRAS VIOLENCIAS

Como "embajadoras de paz", las mujeres también orientan a las víctimas de violencia machista.

"Nos cuentan que les pegó el marido y les explicamos que la ley sobre violencia doméstica las ampara", detalló a IPS María da Souza, abuela jubilada y "mujer de paz".

La violencia doméstica, sexual y verbal, según Da Cunha, son comunes a las mujeres de todo el mundo. Ella misma sufrió agresiones de su ex compañero. "Pero nosotras sufrimos un prejuicio adicional, ser faveladas", subrayó.

La portuguesa Tatiana Moura, del Observatorio sobre Género y Violencia Armada del Centro de Estudios Sociales de la portuguesa Universidad de Coimbra, no ve la violencia doméstica como "un elemento decisivo" para ingresar al tráfico de drogas.

"Son una sucesión de violencias —económicas, de género o sociales— que pueden influir en el involucramiento de mujeres, y de hombres, en la violencia armada", dijo a IPS desde Coimbra.

En su libro "Rostros invisibles, la violencia armada", para el que investigó año y medio en las favelas de Río, Moura abordó la cuestión de la mujer como víctima y también como protagonista.

"La violencia armada apareció como una forma de reacción a otros tipos de violencias acumuladas", como abusos físicos y sicológicos, y de "violencias estructurales y culturales", resumió.

GÉNERO Y NARCOTRÁFICO

Muchos estudios abordan la participación en el narcotráfico de jóvenes como los atendidos por el proyecto de mujeres de paz. Pero pocos profundizan sobre la participación femenina.

Moura resaltó, precisamente, la manera "separada" en que se investiga en Brasil la violencia urbana y "las violencias de género".

"Tendencialmente, el campo feminista se ocupa de la violencia contra las mujeres, específicamente de la violencia doméstica, y confiere poca atención a otras articulaciones del universo de la seguridad pública", dijo.

Por su lado, los investigadores y activistas en seguridad y criminalidad "han marginado las cuestiones de género", agregó.

"Todo ocurre como si el fenómeno de la violencia estuviese dividido en dos polos independientes: el espacio público, reservado a los hombres —que son, de hecho, los que más matan y mueren por armas de fuego—, y el mundo doméstico, considerado el lugar por excelencia de la victimización femenina", analizó la experta.

Moura fue más allá en su estudio y estableció, por ejemplo, las motivaciones de las niñas y mujeres en el tráfico de drogas.

Ellas ejercen de "novias de los traficantes" y otros papeles "de base", como el transporte de armas y drogas, hasta otros de mayor jerarquía, como el uso de armas de fuego.

La investigación concluyó que en "los papeles periféricos" del narcotráfico, las motivaciones subyacentes de las mujeres y los hombres son similares: la falta de expectativas, la exclusión social y "la perspectiva de la violencia armada como mecanismo para la obtención de bienes de consumo".

Pero cuando las mujeres asumen papeles "protagónicos" en las redes del tráfico, también tienen otras razones.

"Muchas veces tienen hijos, son viudas y buscan en el narcotráfico una fuente de sustento", ilustró. Pero también "la maternidad puede significar a veces el abandono completo de esa vida criminal", puntualizó. Cisleia Bento Rosa, otra de las mujeres de paz, se dedicó al narcotráfico para criar a sus cuatro hijos.

Ahora, como orientadora de jóvenes de su comunidad, Rosa transmite su experiencia.

"Les cuento lo que pasé y que eso no es vida", narró, mostrando una cicatriz del pasado: la de un tiro en el cuello que le atravesó el omóplato y que la obliga a usar un dispositivo artificial para hablar.

A Rosa la afectan especialmente los casos de mujeres agredidas o humilladas por la policía, que allana ilegalmente sus casas para buscar drogas o sospechosos.

"Les digo cómo reaccionar cuando los policías meten el pie en sus puertas", resumió al explicar la orientación legal que ofrece.

Según Andrea, el éxito del proyecto se fundamenta en esa participación directa de las mujeres en su comunidad.

"Se diferencia de otros porque es un proyecto de dentro para afuera, en el sentido de que sus responsables son de la comunidad", estableció.

Silvia Ramos, coordinadora del universitario Centro de Estudios de Seguridad y Ciudadanía, valoró que el proyecto sea a gran escala, en varias comunidades metropolitanas.

Pero cuestionó la escasa retribución que entrega a los jóvenes, unos 50 dólares mensuales. La beca, dijo, no representa un estímulo para jóvenes que, alejados del tráfico, quedan "sin profesión, fuera de la escuela y totalmente desentrenados para el mercado de trabajo".

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