AMBIENTE-BRASIL: Una jungla en el asfalto

A los habitantes de Recreio, barrio acomodado del oeste de Río de Janeiro, ya casi no les sorprende ver a un yacaré interrumpir el tránsito o zambullirse en sus piscinas. Quienes no se acostumbraron a que cada vez más personas invadan sus pantanos y lagunas son esos anfibios.

Carpinchos se pasean por Río de Janeiro. Crédito: Rodnei Bandeira de Mello/IPS
Carpinchos se pasean por Río de Janeiro. Crédito: Rodnei Bandeira de Mello/IPS

«Vimos uno enorme atravesando la calle y tuvimos que parar el automóvil», comenta espantado un vecino.

La presencia de yacarés (familia Alligatoridae), otrora dueños y señores de este territorio, es cada vez más frecuente en la ciudad, como la de muchos otros animales del bosque nativo.

La organización no gubernamental SOS Mata Atlântica atribuye a estos y otros anfibios una «extrema importancia para el equilibrio natural, porque controlan la población de insectos y otros invertebrados».

En áreas inundadas que eran sus lugares de procreación, los yacarés conviven hoy con la basura que arroja la gente y los líquidos de las cloacas. Y sobreviven con los frutos de su propia pesca, o con los trozos de carne que algunos arrojan a sus fauces siempre alertas.
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Denise Monsores, administradora del Parque Chico Mendes, que protege éstas y otras especies nativas, explica que la explosión inmobiliaria de la última década en Recreio limitó el hábitat de los yacarés. Acorralados, comenzaron a vagar por el asfalto.

Este parque es casi el único reducto libre de seres humanos que les queda. Monsores atribuye el problema a la desordenada planificación del crecimiento urbano.

Para erigir Recreio se drenaron pantanos y zonas inundadas donde vivían los yacarés y otras especies, o se usaron como depósitos de aguas servidas que salen de las cloacas de los edificios.

Los carpinchos (Hydrochoerus hydrochaeris), llamados aquí «capivaras», también han sido expulsados de su medio original, y cada tanto aparecen en lagunas o playas de la elegante zona sur de la ciudad, para alborozo de los bañistas.

La cultura carnavalesca carioca captó el fenómeno. Un carpincho perdido inspiró el nombre de una banda. El Bloco La Capivara Enjabonada —en alusión al animal que se escurría de las manos de los bomberos que intentaban devolverlo a su hábitat— compuso un samba en su honor.

Alejándose del bosque de la Tijuca, la enorme boa (Boa constrictor constrictor) de color blanco y rojo, llamada aquí giboia, comenzó a aparecer más de lo deseado en medios urbanos.

A fines de 2008, habitantes de la favela (tugurio) de Borel llamaron a especialistas del Parque Nacional de la Tijuca por denuncias de «giboias en abundancia», recordó el jefe de esa reserva, Ricardo Calmon.

Así descubrieron lo que atraía a las serpientes: el creciente número de ratas, que a su vez proliferan por la acumulación de basura.

Río de Janeiro convive con una de las florestas urbanas más grandes del mundo: el Bosque Atlántico, o Mata Atlântica, que se extiende por 17 estados brasileños y es generoso en fuentes hídricas, flora y fauna. Tiene 1.020 especies de aves, 350 de peces, 340 de anfibios, 251 de mamíferos y 197 de reptiles, según el Instituto Brasileño de Medio Ambiente.

Pero aunque todavía ocupa 1,3 millones de kilómetros cuadrados —alrededor de 15 por ciento del país—, conserva sólo siete por ciento de su tamaño original.

Las regiones metropolitanas de São Paulo, Río de Janeiro y Victoria deforestaron 793 hectáreas, según el Atlas de los Remanentes Forestales del Bosque Atlántico 2005-2008, de SOS Mata Atlântica y el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales.

En los estados del Bosque Atlántico vive 62 por ciento de la población, unos 110 millones de personas que destruyen las mismas florestas que necesitan para garantizarse «el abastecimiento de agua, la regulación del clima y la fertilidad del suelo, entre otros beneficios ambientales», según SOS Mata Atlântica.

Las actividades humanas, la especulación inmobiliaria, la caza y la pesca, la extensión agropecuaria y la mala planificación urbana amenazan en esta zona a 383 especies animales, de las 633 en peligro en el país.

Algunas especies tienen más capacidad de adaptación y de convivencia con el ser humano, según el biólogo Mario Moscatelli, titular de la cátedra de administración de ecosistemas del Centro Universitario de la Ciudad.

Los monos hacen acrobacias en los balcones y terrazas de las casas vecinas al bosque de Tijuca, para comer o robar frutas dejadas por sus habitantes.

Los yacarés nadan en medio de la basura con una botella de plástico sobre la cabeza. Los buitres vigilan la carretera desde lo alto de los postes de luz, a la espera de algún animal atropellado por los automóviles.

Pero otros, como la guará (Eudocimus ruber), un ave que casi desapareció de Río de Janeiro, «son más delicados y, como no resisten el contacto con la gente y su producción de basura y aguas servidas, se van o mueren», agregó.

«Los animales no invaden la ciudad. En realidad, la ciudad está invadiendo los últimos fragmentos de lo que fueron sus hogares», explicó Moscatelli.

«Río de Janeiro fue creada encima de manglares, zonas inundadas, bosques», un proceso que «después de 500 años muestra una nueva etapa de ocupación».

En el zoológico municipal, los veterinarios conocen las consecuencias de ese proceso.

«Las entidades de captura traen aquí a todos los animales originarios de nuestros bosques», señaló Víctor Hugo Mesquita, director técnico del zoológico.

«Es muy común que traigan monos, giboias, yacarés, perezosos, comadrejas y diversas especies de mamíferos», ejemplificó.

Paradójicamente, algunas especies protegidas por nuevas y rigurosas leyes se salvaron de la extinción y comienzan a ser plaga.

Según Calmon, algunas especies de primates hoy son objeto de planes de esterilización.

«Como fruto de ese desequilibrio del ecosistema y a falta de un depredador natural como el jaguar (Panthera onca), que vivía en el bosque, algunas especies empiezan a superpoblar la zona. Como el bosque está cercado por la ciudad, no tiene una escala suficiente para que sobrevivan otras especies de la cadena alimentaria», explicó el jefe del Parque de la Tijuca.

Moscatelli prefiere no llamar «plaga» a los animales sino al ser humano, que «desordenó toda la cadena alimentaria».

Se necesita una «redistribución de la población de animales en otras áreas» para que «no creen problemas en el medio urbano», propone.

Las especies silvestres pueden contagiar enfermedades, como la rabia o la fiebre maculosa que transmite el carpincho a través de las garrapatas, o pueden agredir a la gente, como los yacarés, para defender su cría.

* Este artículo es parte de una serie producida por IPS (Inter Press Service) e IFEJ (siglas en inglés de Federación Internacional de Periodistas Ambientales) para la Alianza de Comunicadores para el Desarrollo Sostenible (http://www.complusalliance.org). Publicado originalmente el 7 de marzo por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.

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