LÍBANO: Palestinos de oficio peligroso

Kamel Mohammed podaba limoneros el invierno boreal pasado cuando la sierra eléctrica que utilizaba activó una bomba de racimo lanzada meses atrás por fuerzas israelíes, cuyas esquirlas hirieron prácticamente todo su cuerpo dejándolo malherido.

Luego de una operación para extraer los fragmentos de metal de su pecho, Mohammed, de 44 años y padre de familia del cercano campamento de refugiados palestinos de Rashidieh, en el sur de Líbano, volvió directamente y sin más trámite a trabajar sus cultivos y a talar madera para transformarla en carbón.

Pero su vecino Ahmad Huwaidi, de 36 años, no fue tan afortunado. Resultó muerto instantáneamente cuando los explosivos que quedaban en un viejo misil de metal que él estaba cortando para vender se incendió.

Pero ahora esto es un negocio familiar. Salim, el hermano mayor de Ahmad, dice que no tiene más opción que continuar vendiendo trozos de metal y trabajando en los campos por alrededor de 10 dólares diarios, siempre con cuidado ante la artillería sin explotar, y detonando las municiones vivas que encuentra a su paso.

Cientos de miles de bombas de racimo fueron desparramadas por todos los pueblos, campos y valles del sur de Líbano por parte de Israel en los últimos días del conflicto del verano boreal pasado.
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Desde que el conflicto armado terminó 26 personas murieron y otras 196 resultados heridas de distinta consideración.

"Luego que finalizó la guerra, la población pensó que era como en los viejos tiempos, que ellos podrían mover las bombas, que podrían trasladarlas de manera segura. (Pero) tenemos varias víctimas mortales aquí", relató Marwan Mansour, un palestino de Rashidieh que trabaja para la organización danesa Dan Church Aid en los campamentos para generar conciencia sobre las bombas sin explotar.

Las bombas de racimo arrojadas durante los ataques israelíes rodean Rashidieh, 15 kilómetros al norte de la frontera del Líbano con ese país, entre exuberantes plantaciones de cítricos y bananos, y el mar Mediterráneo.

Aislados en barrios superpoblados debido a una prohibición nacional a la construcción, a los palestinos les irritan las duras leyes libanesas que les prohíben ocuparse en alrededor de 70 áreas laborales.

Una de las actividades permitidas es la conducción de taxis, oficio al que muchos campesinos recurrieron debido a que en sus campos quedaron desparramadas miles de bombas sin explotar. Empero, en esta tarea también existen severas restricciones para los palestinos.

Desde que se desataron las luchas entre el ejército libanés y el movimiento extremista islamista Fatah al-Islam en el septentrional campamento de refugiados de Nahr el-Bared el verano pasado, el ejército tomó medidas drásticas contra el puesto de control de seguridad de Rashidieh y su perímetro.

Sin embargo, este campamento golpeado por la pobreza sigue siendo uno de los más calmos de Líbano al estar controlado por el moderado partido Fatah, en el gobierno de Cisjordania.

Muchos de los 25.000 residentes de Rashidieh, originalmente de la septentrional región agrícola de la Palestina previa a 1948, crecieron acostumbrados a ver armas en las calles, y sufrieron intensos bombardeos israelíes en 1982.

Esta vez, el campamento quedó, en su mayor parte, liberado de los bombardeos, y abrió sus puertas como un refugio seguro para los cientos de refugiados chiitas que huían hacia el norte y el oeste desde las aldeas libanesas circundantes.

Abu Ali Ahmad es una leyenda de Rashidieh. Se dice que hizo detonar miles de bombas de racimo con una sola mano luego que finalizó el conflicto, en agosto de 2006. Al principio ofrecía gratuitamente sus servicios a propietarios de tierras, queriendo ayudar a usar sus habilidades adquiridas a partir de la experiencia en campamentos de entrenamiento palestinos en los años 70.

Cuando la abrumadora tarea inevitablemente pasó a ser de tiempo completo, él y otros del campamento recibieron una paga de unos pocos dólares por desarmar cada peligrosa sub-munición.

Pero sus esfuerzos se vieron reducidos luego de un controvertido incidente. Las piernas de Hammoudi Moussa, de 12 años, fueron arrancadas por el estallido de una bomba de racimo mientras montaba una motocicleta con su padre Samir el último fin de semana del conflicto, el año pasado.

Samir dice que ellos corrieron por encima de la bomba cuando distribuían alimentos a una aldea, pero muchos residentes de Rashidieh señalan que él transportaba bombas de racimo cargadas.

Desde entonces, el Centro de Coordinación de la Acción por las Minas, de la sudoccidental ciudad de Tiro —integrado por miembros del ejército libanés y de la Organización de las Naciones Unidas (ONU)— tomó medidas drásticas contra "desactivadores" independientes como Abu Ali Ahmad, y expandió sus operaciones para que el despeje de bombas de racimo por parte del ejército, organizaciones de beneficencia, grupos comerciales y pacificadores de la ONU con el objetivo de terminar el trabajo para diciembre de 2008.

El ejército libanés también lleva a cabo una campaña de conciencia nacional, pero como tiene prohibido ingresar a los campamentos palestinos, la organización Dan Church Aid es responsable de llenar el vacío.

"Mediante presentaciones interactivas damos el mensaje 'No toque, no se acerque, informe'", dijo Noe Falk Nielson, coordinador de Mine Risk Education (Educación sobre el Riesgo de las Minas) a cargo de tres equipos combinados de palestinos y libaneses.

"Intentamos dar el mensaje apropiado a grupos de personas", sostuvo Nielson sobre el contraste entre el rural Rashidieh y el mayor campamento de Líbano, en las afueras de Sidon, Ein el-Hilweh, con 70.000 palestinos pobres hacinados en dos kilómetros cuadrados, con facciones rivales armadas en el medio.

"El riesgo directo, especialmente para los niños y niñas en Ein el-Hilweh, es la clase de municiones. Estamos enseñando sobre artillería sin explotar, lo que incluye bombas de racimo y minas terrestres, y por supuesto municiones abandonadas", señaló Nielson.

El equipo de Nielson y escolares fueron accidentalmente atrapados, hace unos meses, en el fuego cruzado entre la milicia Jund el-Sham y Fatah en el complejo escolar de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestina en Oriente Próximo (UNRWA).

"Lo que tienen los campamentos palestinos es que uno necesita que confíen en el entrenador. La gente confía en gente que conoce de la comunidad; esto es importante", destacó Nielson.

Hussein Charary, un facilitador de Mine Risk Education, a menudo advierte a las audiencias sobre su propia experiencia.

"Luego del combate en 1982, estábamos jugando con balas y resulté herido, igual que mi amigo. Las balas estaban por toda la calle", relató.

Anticipándose al plazo obligatorio del ejército libanés para febrero que exige a organizaciones benéficas internacionales como Dan Church Aid que transfieran sus programas de Mine Risk Education a grupos nacionales, algunos de los miembros del equipo palestino de Nielson planearon lanzar el primer grupo de conciencia palestino.

Habiéndose reunido con oficiales del ejército y directores de Dan Church Aid para discutir la viabilidad y el financiamiento, decidieron comenzar su primer año bajo el paraguas de la organización y crecer a partir de ahí.

"Los campamentos palestinos necesitan más Mine Risk Education, especialmente los niños", dijo Helana Abdullah, integrante del equipo.

"Hay bombas en los campamentos, y los niños no conocen los peligros, y juegan con ellas. También, éstos trabajan con fragmentos de metal, así que tienen que tener cuidado", agregó.

Su colega Ahmad Hamid coincidió: "Tenemos la experiencia y la red. Y no podemos simplemente hacer una visita de Mine Risk Education una vez; necesitamos seguir".

En cuanto a los peones rurales de Rashidieh, que cada día hacen frente a municiones mortales para ganarse la vida, un programa localizado de Mine Risk Education ilustrará el reconocimiento de los peligros críticos que enfrentan, y la resiliencia para trabajar por una vida mejor.

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