DESARROLLO-KENIA: Desde el tugurio

Ubicado en Nairobi, Kibera es el asentamiento más grande de África oriental, con 600.000 habitantes, alrededor de un quinto de los 2,5 millones de la capital keniata. Desde el distrito de clase alta de Langata se ven kilómetros de ranchos de hojalata y barro, casi sin calles ni espacios abiertos entre ellos.

Paul Opiyo se sienta en el exterior de su casucha de lata en Kibera, se ríe entre dientes y se encoge de hombros. "Sé que la vida aquí es un desastre, pero ¿qué puedo hacer? No es mejor que en la aldea, pero por lo menos sobrevivo con lo que ingresa en el día", dice.

El barrio se expande a lo largo de un valle con forma de medialuna, sobre el límite sudoccidental de la ciudad.

Para muchos en estos arrabales pobres, la supervivencia se obtiene pregonando mercancías baratas en las áreas residenciales de clase media baja de la periferia. O vendiendo agua, dado que en el asentamiento no hay suministro.

Algunos hombres dependen de las tareas que puedan realizar en el distrito industrial de Nairobi, a unos cinco kilómetros de distancia. Viajar en autobús es un lujo, así que la mayoría afortunada que consigue empleo camina hacia y desde el trabajo.
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Opiyo, de 45 años y padre de dos hijos, vive aquí desde que dejó su hogar ancestral en Kenia occidental, en busca de mejores perspectivas.

Dice estar económicamente mejor que muchos de sus vecinos. Trabaja como chapista en un garaje al aire libre de la zona industrial, donde se paga a los empleados según la cantidad de vehículos que arreglan. En promedio, Opiyo gana 20 dólares por día, pero no tiene beneficios de ninguna clase y cuando hay poco trabajo es despedido temporalmente.

Ahora tiene que convivir con una incertidumbre mayor. Hace poco se enteró de que el terreno que el garaje ocupa no es propiedad de su empleador y que el Consejo de la ciudad se lo readjudicó a otro comerciante.

El contrabando de licor es la pesadilla de Kibera. La vecina de Opiyo, una viuda con cuatro hijos adolescentes, todos desertores de la escuela, se gana la vida vendiendo "chang'aa". Este brebaje peligrosamente tóxico es ilegal en Kenia, pero muy consumido en las áreas de bajos ingresos.

La prostitución es habitual, y los clientes de las trabajadoras sexuales a menudo no usan condones, exponiendo a ambos al riesgo de contraer el VIH (virus de inmunodeficiencia humana, causante del sida).

Además, la violencia nunca está lejos. Buena parte tiene motivaciones étnicas, aunque los residentes tácitamente reconocen que el conflicto a menudo es promovido por los políticos locales. Los luos, como Opiyo, los luhyas, kambas y otros grupos coexisten nerviosamente. Y las constantes tensiones entre inquilinos y dueños de la tierra con frecuencia se vuelven desagradables.

Pese al histórico decreto de 2003 que estableció la educación primaria gratuita en toda Kenia, muchos niños de Kibera raramente asisten a la escuela. Los funcionarios se quejan de que la deserción en la enseñanza pública ronda el 70 por ciento.

Pocos estudiantes siguen la escuela secundaria. Las drogas, el ausentismo y las desarticuladas vidas familiares en el asentamiento conspiran contra la educación. Opiyo no se hace ilusiones de que sus hijos puedan cursar estudios secundarios sin la asistencia financiera de un benefactor, o que las calificaciones que obtengan sean lo bastante buenas como para ganar becas del gobierno.

La hija de Opiyo, Atieno, de 10 años, y su hijo Benson, de ocho, asisten a la Escuela Primaria Olímpica pública, que se desempeña sorprendentemente bien para su ubicación. Pero esos logros no necesariamente benefician a los habitantes de Kibera, pues cada vez más padres de otras áreas inscriben a sus hijos allí, por la buena educación que reciben.

La decisión de la familia de Opiyo de permanecer junta en el asentamiento es excepcional.

"La vida aquí puede ser muy dura para que las familias vivan juntas. La mayoría de los hombres que conozco prefieren dejar a sus familias en sus aldeas y visitarlas solamente cuando es conveniente. Pero mi situación es un poco diferente porque conocí a mi esposa en Nairobi", relató Opiyo.

Rispah, su esposa, vende verduras en un puesto a un lado de la carretera para ayudar a la supervivencia de la familia. Atieno la ayuda cuando la escuela cierra, en las noches.

Una vivienda típica de Kibera no tiene más de cuatro metros por tres, pero la de Opiyo es un poco más grande. Dos camas de madera y paja, unos pocos bancos y una mesa diminuta constituyen el amoblamiento, mientras al lado de un pequeño horno ubicado en un rincón hay algunas cacerolas y utensilios.

El saneamiento no existe en este barrio insalubre, y las aguas servidas corren por los senderos estrechos y laberínticos. También escasean los pozos negros. Los pocos que se hicieron son un desastre, lo que ha generado un fenómeno llamado "servicios sanitarios voladores".

Los habitantes defecan en sus chozas y envuelven las heces en pequeñas bolsas de polietileno que luego arrojan tan lejos como pueden. Para quienes circulen por allí sin darse cuenta, la experiencia puede ser memorable.

Tampoco existe la recolección de basura, lo que explica que antes de entrar a Kibera se sienta su olor rancio.

Organizaciones religiosas, no gubernamentales y agencias como el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), dirigen una plétora de proyectos que aspiran a aliviar la miseria y la desesperanza de Kibera. Algunos brindan asesoramiento sobre VIH y fármacos antirretrovirales, otros se centran en la salud general y la higiene.

El gobierno y la oficina de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Nairobi también colaboran con el programa de salubridad para mejorar el suministro de agua y construir servicios sanitarios.

Pero los habitantes ven estas iniciativas con cierto cinismo. A muchos les genera curiosidad que tantos proyectos no hayan logrado mejorar sus vidas de modo significativo.

En febrero se informó que se estaba desarrollando un proyecto para construir 600 unidades habitacionales en Kibera.

Pero Opiyo y otros no están muy seguros de si quieren semejante iniciativa: ya han visto demoler las chozas de otros asentamientos de Nairobi reemplazadas por unidades nuevas, pero que sus potenciales residentes no pueden pagar.

En 2000, los líderes del mundo establecieron los ocho Objetivos de Desarrollo de la ONU para el Milenio, en un intento por mejorar las condiciones de vida de los países pobres.

Uno de esos objetivos se centra en lograr la sustentabilidad ambiental, incluyendo "mejorar considerablemente la vida de por lo menos 100 millones de habitantes de tugurios para el año 2020".

Si Kenia asume la tarea de cumplir esas metas, Kibera sería un buen lugar para empezar.

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